Fuego amigo

Bueno, bonito, barato y sin humos

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Mientras la hostelería se hunde porque, según la versión de algunos hosteleros, ya no se puede fumar en sus locales, y no porque el suelo de muchos bares esté tapizado de servilletas de papel usadas, de huesos de aceituna, de cáscaras de cacahuetes y carcasas de gambas a la plancha, o bien porque sus camareros siempre apuntan su mirada a algún sitio inconcreto que jamás coincide con el lugar donde te encuentras tú, sediento, con la boca seca, esperando ansioso un baño de espuma de cerveza fresca; mientras el Apocalipsis del tabaco, digo, acecha  a bares y restaurantes, otros comercios, donde ya no se puede fumar desde hace muchos años, afilan sus armas de seducción con unas rebajas que en algunos casos alcanzan el 70% del precio original.

Comenzaba el viernes pasado uno de los misterios que más me intrigan, después de aquel otro, aún más insondable, de qué coño hacen cientos de personas en el salón de Loterías en el sorteo de Navidad, como si por ir allí la suerte se fijase mejor en ellos. El misterio que me ocupa ahora es qué impulsa en ese primer día de rebajas a miles de personas a pugnar a codazo limpio por la primera fila de entrada en los grandes almacenes, como pececitos de colores a los que les falta oxígeno, con las bocas pegadas al cristal de la puerta, mientras los guardas jurados les observan temerosos desde el interior, preguntándose si les pagan lo suficiente para afrontar una profesión de tanto riesgo.

Un portavoz de la Confederación Española de Comercio tenía puestas todas sus esperanzas en estos esforzados consumidores, hasta el punto de afirmar que los comerciantes españoles esperan que las rebajas sean el "salvavidas del sector". El salvavidas del sector, con descuentos de hasta un 70%.

Esto me recuerda la greguería de Gómez de la Serna: "Si la madera de pipa no se quema, ¿por qué no hacen las casas con madera de pipa"? O sea, ¿por qué no ordenamos que todo el año sea una pura rebaja, y así ganamos todos... todo el año?

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Meditación para hoy:

Bueno, bonito, barato y sin humos

Este que veis, bueno, que adivináis bajo las mantas, es un mendigo que buscaba refugio en la noche del viernes al sábado a los pies de un cajero automático al aire libre. Para sacar dinero, a las once de la mañana, tuve que invadir un poco con los pies su cama improvisada. Los clientes anteriores ya habían hecho un caminito para poder acceder a la pantalla. Por sus ronquidos despreocupados, que competían en volumen con las señales electrónicas del cajero, supe que no le habíamos importunado. Permanecía en su Arcadia feliz completamente ajeno a nuestras necesidades. Esa sensación extraña de estar sacando dinero con un mendigo durmiendo a mis pies me recordó lo mal que lo debe de pasar Benedicto XVI cuando bendice a los pobres desde su Mercedes blindado, apoyado en su báculo de oro macizo. Como diría un miembro del Tea Party, ello demuestra que lo fácil en este mundo es ser pobre; lo difícil es obtener dinero de un cajero automático con un pobre que se interpone en tu camino. ¡Porca miseria!

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