Fuego amigo

El pueblo sufriente de González Pons

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No habían desfilado jamás tras una pancarta porque hasta entonces nada tenían que reivindicar. Todo les era concedido gratis. Al igual que Mourinho, solo temían a su dios, y su único entrenamiento en manifestaciones había consistido en ir en procesión detrás de las cruces y de los pendones del Sagrado Corazón de Jesús y su virginal madre.

Venían de un régimen que era para ellos como el paraíso de los musulmanes, en el que bastaba con estirar el brazo para tomar los frutos del árbol que les proveía de sombra en su paraíso particular.

No necesitaban ley de divorcio porque ellos se descasaban untando con dinero al Tribunal de la Rota.

Sus homosexuales tenían prohibido casarse (entre sí) porque esa anomalía suya era una enfermedad que no se curaba con el matrimonio sino con un psiquiatra del Opus Dei.

No era necesario implantar una ley del aborto porque sus niñas abortaban en Londres.

Ni era preciso que estudiasen asignaturas de educación para la Ciudadanía porque todo lo que debían saber para su educación estaba escrito en el catecismo y en los libros de Formación del Espíritu Nacional.

Cuando fueron expulsados del paraíso, y la calle dejó de ser una propiedad particular de sus presidente Fraga, cambiaron las procesiones por manifestaciones tras las pancartas, y sus oraciones, por "Zapatero hijoputa y asesino".

Hasta hoy. "¿Habéis visto Egipto? El pueblo cuando quiere puede y el pueblo español quiere", meditaba González Pons, miembro del Partido Popular Revolucionario, señalando al régimen zapaterista que le tiene oprimido por los gürteles. Es tan ignorante el pijo revolucionario que confunde a su parroquia con el pueblo, aturdido por el ruido del frufrú de las sotanas y el tintineo de los collares de perlas, cegado por el brillo de los Rolex de oro.

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