Fuego amigo

Un cargamento humanitario de oraciones

 

Mientras nos preparamos para las peores noticias sobre un desastre nuclear inminente en Japón, el mundo se moviliza por razones humanitarias, aunque más preocupado, todo hay que decirlo, por las repercusiones financieras y de repunte de la recesión global que puede acarrear el hundimiento de la economía japonesa.

 

Desde todo los rincones se recoge ayuda humanitaria, como un macroexamen del nivel de generosidad de los pueblos. El Vaticano, también. Siguiendo su costumbre, ha enviado cantidades inconmensurables de oraciones, porque, como decía el representante del Consejo Pontificio, Anthony Figueiredo, lo primero es rezar. Rezar para aplacar la ira de ese dios suyo que se entretiene en montar maremotos y tsunamis con el fin de poner a prueba la paciencia de los seres humanos. Y, como siempre en estos casos, la población está dividida en dos: los que agradecen a los dioses haberse salvado de su ira, y los que les rezan para que acojan en su seno a las víctimas.

 

"Si es gratis, cueste lo que cueste", dice la máxima vaticana; por eso los pobres de todos los tiempos han sido alimentados con promesas de riqueza en el más allá, mientras en el más acá los clérigos se construían palacios y catedrales forrados de pan de oro, para ellos y sus barraganas. Pero esta vez el Vaticano se ha estirado. Se ha rascado el bolsillo. Con su envío urgente de padrenuestros y avemarías acompañó un cheque de 71.000 euros, para los primeros gastos en tiritas. No pudo enviar más por culpa de los ladrones que robaron millón y medio de euros a las monjitas de clausura de Zaragoza.

 

Bien sabe Dios que hacen más daño los ladrones que un terremoto y un tsunami juntos.

 

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