Fuego amigo

Cosas de príncipes herederos

 

El éxito de los programas rosas de televisión y de las revistas de papel cuché es que existe un pacto no escrito entre prensa y lectores para que la realidad no se entrometa en la ficción. Como el pacto entre padres e hijos: porque si empezamos con la coña de que las brujas y los gnomos no existen, entonces resulta inútil continuar con el cuento.

 

Es lo que nos ocurre cuando vemos a los reyes y a los príncipes inaugurando, asistiendo a comidas de gala, recibiendo a otros reyes y príncipes en largos besamanos, como si el trabajo de la realeza consistiese en servir de percha para la industria de la moda nacional.

 

Como su trabajo precisamente es no hacer nada, los asesores se devanan los sesos en redactar discursos elegantemente vacíos que no molesten a nadie, ni a derecha ni a izquierda, ni a ateos ni a meapilas. Es un trabajo ingrato porque consiste en elevar a categoría de discurso inteligible la mejor colección de lugares comunes del armario de lo políticamente correcto. Y si no, intenta escribir un folio sin decir nada y verás de lo que hablo (yo lo hago a menudo, y es agotador).

 

Muy de vez en cuando la regla se rompe y suena como un chasquido o como un trueno. Como aquel "¿por qué no te callas?" del rey a Hugo Chávez, o lo ocurrido ahora en la visita del príncipe Carlos de Inglaterra, ocioso por las calles de nuestro país. El redactor de los discursos principescos, a sugerencia del gobierno, aprovechó para recordarle al heredero británico, por boca del príncipe Felipe, que entre España y la Gran Bretaña todavía existe ese "contencioso" llamado Gibraltar. Una salida reivindicativa que fue muy elogiada después por el PP y UPyD, nuestros patriotas de guardia, sin percatarse de que quien aprueba y reescribe los discursos del heredero es en cierta medida... ¡oh cielos! el gobierno socialista.

 

Los patriotas se la tenían guardada al príncipe Carlos, porque además de hacerse el remolón para devolver la roca, continúa apoyando con su presencia, en visitas sucesivas, la soberanía del Peñón. Y los consumidores de prensa rosa no le perdonan que haya abandonado a la princesa del pueblo por una simple Camilla. Al resto, la referencia inoportuna a Gibraltar en un discurso que debería ser una cortés bienvenida al comienzo de un viaje del Imserso real nos ha recordado a tiempos en que se sacaba a pasear el fantasma de Gibraltar para enardecer al pueblo en horas bajas.

 

¿Cómo se ha colado la realidad en ese mundo de ficción? El gobierno habrá pensado que ya que nos va a costar una pasta la visita del heredero eterno de su Graciosa Majestad (ya lo pregunté una vez, y nadie me contestó: ¿de verdad, vosotros la encontráis graciosa?), qué menos que recordarle su deuda con nosotros. Al menos, que no le salga gratis. Porque si ETA es un tema electoral, como decíamos ayer, no te digo nada lo de ¡Gibraltar español! Una fortuna en votos.

 

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