Fuego amigo

Con la inestimable ayuda de Barrio Sésamo

 

Somos ricos o pobres, guapos o feos, listos o tontos en comparación con los demás. Olemos bien o mal, dependiendo de si quien opina es el amor de nuestra vida o un buitre leonado, para quien el aroma de tus pies sería puro Chanel número cinco. Nuestros hijos son guapos porque no tenemos ojos para la prole de los demás. Son más listos de lo que sus profesores creen ("a mis niños les tienen manía, y no sé por qué") y más tontos de lo que piensa su querida madre del alma. En fin.

 

De entre esos ejemplos, el que más complicaciones suscita es la línea que separa a la riqueza de la pobreza. No tener para comprar filetes de buey de Kobe y caviar beluga no te convierte necesariamente en indigente por tener que conformarte con carne de conejo y sucedáneo de huevas de lumpus. Solo hay que pensar en que la mitad justa de la Humanidad ignora si hoy va a comer.

 

Pero el ser humano tiene unos mecanismos asombrosos para la solución del dilema. De lo contrario, los miembros de los partidos comunistas y socialistas que en la historia han sido se habrían encontrado con graves problemas para justificar por qué comen caliente todos los días y se desplazan en coches con asientos de piel calefactados.

 

A esto, el cristianismo le echó mucha imaginación. Después de que Cristo amenazara a los ricos con no entrar en el Paraíso, la oportuna alianza de papas y obispos con el poder imperial les eximió de tan penosa carga al convertir en rica a toda la Iglesia.

 

El banco Santander lo explica mejor que yo y con más gracia (bueno, gracia no sé): ha propuesto un bonus de 330 millones de euros para 250 de sus directivos, mientras continúan restringiendo el crédito a los mileuristas y pymes sin pedigrí.

 

Último ejemplo de este Barrio Sésamo: solo se les nota que son unos sinvergüenzas porque hay pobres con vergüenza.

 

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