Fuego amigo

Por las siglas los conoceréis

 

Uno no es nadie hasta que el acrónimo de su nombre y apellido no forma una sigla reconocible. Por ejemplo, si te llamas Miguel Ángel Rodríguez, de los Rodríguez de toda la vida, eres un ser anónimo obligado a compartir varias páginas de la guía telefónica con otros miles de Rodríguez. Pero si eres conocido como M.A.R., tu acrónimo te despega de la mediocridad. Le ocurre lo mismo a Miguel Ángel Fernández Ordóñez, de los Fernández también de toda la vida, gobernador del Banco de España, MAFO para la gloria.

 

Pero si en unos casos los acrónimos resuelven una salida airosa hacia la fama, en otros esconden una perversidad. Como los famosos "eres" tan de moda en esta crisis interminable. Como el ERE de Telefónica, ese abuso colosal mediante el cual el Estado va a pagar con el dinero de todos la reestructuración empresarial de una empresa con beneficios estratosféricos. Le llaman ERE para esconder que se trata de enviar al paro a miles de trabajadores con un Expediente de Regulación de Empleo.

 

Aunque peor, si cabe (y cabe), lo tiene la Santa Iglesia Católica Apostólica y Romana, cuyas siglas, SICAR, harían de sus seguidores unos "sicarios", una definición perfecta del comportamiento criminal de la historia del papado.

 

Álvarez Cascos bautizó su nuevo partido como Foro Asturias, aunque finalmente se llamó FAC. ¿De donde salía esa "C"? ¡Pues que le faltaba una ce para completar el acrónimo de Francisco Álvarez Cascos! Lo que se dice un partido hecho a medida. Si buscas FAC en san Google encontrarás que también son las siglas de la Federación de Asociaciones Cannábicas, un movimiento que pretende que la marihuana sea de uso legal; o las del Front D’Alliberament Catalá, un grupo terrorista disuelto en la década de los setenta; o la marca de un cerrojo famoso (¿FAC, el partido cerrojo?).

 

Y luego está la FAES de Aznar, que en el fondo quiere decir Falange Española, pero que él la disimula bajo el acrónimo de Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales. Este es, sin duda, el más disparatado y delirante de todos los ejemplos.

 

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