Fuego amigo

La patria está entre pucheros

 

Que yo recuerde, nunca una mujer candidata a unas elecciones se fotografió tomando niños en brazos y besándolos, porque se supone que las mujeres, a no ser que se llamen Rita Barberá, no necesitan ese plus de ternura para su imagen pública. Desde la mili, a los varones se nos supone el valor, y a las mujeres, el amor a los niños. Como en el caso de los curas, pero por otras razones. Por eso resulta muy fácil descubrir el engaño cuando los políticos varones se fotografían con bebés en los mítines por exigencias del guión.

 

Un bebé es un instrumento de propaganda de difícil manejo porque nunca sabes en qué estado llega a tus brazos. Si os fijáis bien, veréis que los candidatos varones los cogen como si acabasen de comprar una pescadilla, con miedo a que se les escurra, y desconfiando siempre de si le vienen meados. Poner cara de felicidad o guardar el aplomo exigido en semejante trance requiere de mucho entrenamiento, y ahí es donde se nota que muchos de ellos jamás en su vida han cambiado un pañal.

 

Como las imágenes son las que perduran, por mucho que historiadores fascistas se empeñen en reescribir la historia de sus ídolos, los políticos siempre están dispuestos a hacer el ridículo por una buena foto que se cuele en las retinas de sus votantes, sea con bebés, sea jugando a dar de comer a los pobres en Navidad, como Rajoy. Fraga se bañaba en las aguas radiactivas de Palomares, el ministro Arias Cañete se atiborraba de colesterol comiendo en público chuletones de vacas cuerdas, y Mariano, con su plana mayor, no encuentra ridículo representar ante los medios de comunicación un festín de pepinos de Almería para demostrar que para patriota, él.

 

Se le notaba que aborrece los pepinos, pero más amarga un bebé meado.

 

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