Fuego amigo

Malos tiempos para la lírica

Siempre he creído que los mejores periódicos son los de verano. Por varias razones. Porque el cincuenta por ciento de los periodistas están de vacaciones, así que la posibilidad de error en las informaciones se reduce a la mitad. Porque las empresas ahorran papel -y costes- debido al descenso del número de lectores, lo que hace menos pesada la tarea de estar informado: a menos papel, más concisión en la exposición de las noticias y mejor criterio en la selección. Además, las fuentes naturales en las que beben los medios de comunicación, los políticos, también están de vacaciones, por lo que apenas ofrecen un titular que echarnos a la boca.
Limpio, pues, de periodistas obligados a rellenar con lo que sea y como sea sus secciones respectivas, adelgazado de páginas, con los políticos buceando o en bicicleta, los periódicos son en el estío el reino de la inteligencia, de la concisión, del interés, del aseo literario, del relajo. Los directores contratan para los días de agosto a cómicos, escritores, dibujantes y toda una tropa de profesionales que en el resto del año han de mendigar un hueco, una columna, un obituario para poder dejar su firma.
Los directores de los medios suelen padecer un horror vacui angustioso, un miedo al vacío al abrir cada día la sesión del consejo de Redacción. "¿Qué tenemos para hoy?", más que una pregunta a los redactores jefe y jefes de sección parece un examen. Recuerdo un día lejano de enero de1986 (veinte años no es nada...). Habíamos hecho la reunión preparatoria del telediario del mediodía en Televisión Española, y una vez más -y como siempre- a su término me asaltó el horror vacui de que entre todos no teníamos ni una noticia medianamente interesante con que abrir el informativo. "Vaya mierda de telediario vamos a hacer hoy", y sonó a plegaria a los dioses de las catástrofes para que nos echaran una mano.

Me consolé con que al menos podríamos abrir con la salida del transbordador espacial Challenger, con sus siete tripulantes sonrientes en la escalerilla de entrada, camino de las estrellas. Me consolaba, a sabiendas de que las buenas noticias no son noticia. Pero a las 11,38, apenas dos minutos después de la cuenta atrás, la señal que llegaba a nuestros monitores desde los Estados Unidos se convertía en una colosal explosión de fuegos artificiales. Siete astronautas perdían la vida, pero en ese instante a toda una redacción de TVE nos arreglaba el cuerpo la noticia: el telediario estaba salvado, y a cada uno nos produjo una inconfesable e inconfesada (hasta hoy) malévola alegría, la sensación dulce/amarga que sentiría Rajoy, pongamos por caso, si escuchase mañana por la radio que ETA había cometido un nuevo atentado con bomba en el que habían muerto siete guardias civiles. Aunque quizá exagere.
Pero este año viene raro el verano, como si los grandes problemas se negaran a veranear. Con el buen tiempo, los cayucos se multiplican en su intento por alcanzar las costas de Canarias, con sus cargamentos de fantasmas y apátridas. Parece que la buena visibilidad del buen tiempo también favorece la puntería en los bombardeos y las "masacres preventivas" sobre la población civil, tanto por parte de Hezbolá como de Israel. Los yankis dan marcha atrás en sus previsiones de abandono de Irak y anuncian una nueva remesa de tropas reservistas en vista de que salen a cien muertos diarios...
Creo que los directores de los medios no necesitarán echar mano de columnistas más o menos ingeniosos para rellenar páginas en las próximas semanas. En cada cayuco, en cada mercado de Bagdad, en el norte de Israel, en el sur de Líbano, explota todos los días un challenger para llenar las pantallas y las portadas con cuerpos mutilados y hospitales donde los médicos trabajan sobre un charco de sangre.
Creo que este año tenemos salvado el verano.

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