Fuego amigo

La dieta de la crisis

 

No sabía si era yo el que estaba engordando, o si la gente de mi alrededor estaba adelgazando. Sentí de pronto esa extraña sensación de que mi tren se ponía en marcha, sin yo notar la más mínima vibración, cuando en realidad el que se movía era el tren que circulaba por la otra vía. El caso es que todos mis amigos y conocidos empezaron a perder tripa, papada y tetas, y a ganar una sospechosa cara de enfermos crónicos, aunque extrañamente felices por haber perdido varios kilos en un mes.

 

Son los nuevos conversos de una religión propagada por el profeta de la dieta doctor Dunkan. Los veo venir desde lejos, sobándose cariñosamente la barriga cuando me ven, como hacen las embarazadas felices, como gestantes a la inversa, señalándome con orgullo el bulto embarazoso, el no niño que están a punto de perder.

 

Ya conocíamos que los pintalabios y el largo de las faldas funcionan, más o menos, como indicadores económicos alternativos. En crisis, se venden más pintalabios y se alargan las faldas. El pintalabios es un toque de color, el sustituto más barato de nuestro fondo de armario. En Estée Lauder comprobaron que sus ventas se disparaban en EEUU después de los atentados a las torres gemelas. En los años de la depresión, las mujeres alargaban las faldas... para ahorrar en medias, más frágiles y caras. Quizá por ello, para forzar la suerte, desde Zara pretenden levantarnos el ánimo levantando las faldas, con perdón.

 

Teniendo en cuenta que en los Estados Unidos los pobres son los que están gordos, ¿será que aquí, inconscientemente, queremos conjurar la pobreza poniéndonos a una dieta más radical de la que ya nos aplican los distintos gobiernos, Bruselas y los dichosos mercados?

 

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