Fuego amigo

Acaban bien porque acaban

Las películas que acaban bien acaban bien porque acaban. Me explico. Generalmente las comedias románticas se basan en el esquema de chica que conoce a chico, ocurren muchas peripecias, se enfadan, vuelven a juntarse y terminan en la cama o en la vicaría o en el juzgado prometiéndose amor eterno. Si al llegar a este punto se interpone la palabra fin (the end), nos vamos a casa tan contentos, como si la felicidad pudiera quedarse congelada en el último plano. Todos los que hemos vivido alguna historia de amor hemos deseado que el tiempo se quedara en suspenso en ese punto para siempre. Como en el cine.
En los cuentos tradicionales nos despedían con un «vivieron felices y comieron perdices», que en los años del hambre debía de ser el colmo de la felicidad, pues la perdiz era pieza reservada a la nobleza. De tanto repetir los mismos esquemas en la factoría de Holliwood hemos aprendido que cuando los protagonistas se casan a mitad de película es que resta tiempo suficiente para que comiencen los roces entre la pareja, y la historia termine mal o al menos corra serio peligro. Porque la clave está en el día siguiente, en la convivencia diaria, cuando la tensión de los mecanismos de seducción va perdiendo fuerza, cuando todo se hace previsible, cuando de aquel agujero en nuestro estómago enamorado que nos hacía perder el apetito pasamos a ese otro agujero que nos impulsa a comer sin freno todas las perdices de todos los cuentos juntos, hasta arruinar irremediablemente nuestra figura.
En los periódicos fue noticia ayer la primera demanda de separación de un matrimonio gay en España, como en su día, tras la aprobación de la ley del divorcio, lo fue la primera sentencia que se acogió a la norma. Había tantas parejas esperando ese momento que alguna hubo que celebró su divorcio con el mismo desenfreno que el bodorrio. Los gays acaban de estrenarlo. Ellos pensaban ingenuamente que la felicidad comenzaba en la boda, o incluso el día en que se aprobó la ley que les permitía casarse, con el sello de "matrimonio", sin sospechar que su divorcio, un primer divorcio, era la noticia que faltaba para que el matrimonio homosexual entrara en la normalidad social española. Pueden casarse y pueden divorciarse, con bienes gananciales de por medio y la batalla por la custodia de los perros.
Bienvenidos, pues, a la continuación de la película.

-------------------------------------------------------------------------------------
(Meditación para hoy: he visto un reportaje en el telediario sobre el tinglado de "marchandising" montado en torno a la próxima visita del Papa a Valencia. Los mercaderes valencianos hasta se han inventado el kit del peregrino, con mochila, camiseta, gorra, botellín de agua y no sé cuántos enseres más, todo en puro diseño papal bajo el color amarillo dominante. Se venden rosas blancas serigrafiadas con la imagen de Benedicto XVI, estatuillas de porcelana con su efigie (al precio de 450 euros), bolígrafos, mecheros... En estos casos me viene a la memoria el pasaje de Jesús, apeándose del burrillo con el que hizo su entrada triunfal en Jerusalén (claro está que Jerusalén era un nido de fariseos; nada que ver con la Valencia de hoy que es un nido de políticos del PP), contemplando cómo los patios del templo se habían convertido en un vulgar mercado. Los evangelios nos lo describen como un bullicio de compraventa, de mercaderes gritando sus mercancías, engolfados en el rito inevitable del regateo propio de los mercadillos. Jesús se abalanzó contra los mercaderes, armado de cuerdas como látigos, y dio al traste con las mesas de los cambistas y expulsó a los vendedores con sus mercancías y ganados. "¡La casa de Dios es una casa de oración -gritaba-, y vosotros la habéis convertido en una cueva de ladrones!" . En todo el evangelio no volvió a verse a Cristo tan cabreado (creo que de ese pasaje viene lo de "armar un cristo").
Una de dos: o este Papa no cree en dios, o no ha leído los evangelios.
(Otra meditación para hoy: ese de la foto de ahí arriba con orejas de soplillo y cara de no romper un plato soy yo. Bueno, fui yo a los nueve años. He decidido cambiarla por la anterior porque expresa mejor mi espíritu inocente. Mañana os contaré más.

Más Noticias