Fuego amigo

Los frutos del diablo


Hemos hablado estos días largamente de los frutos de Dios en la Tierra (observad que, a petición de algunos contertulios, he pasado Dios a mayúsculas). Dejadme que haga un salto en el camino y os hable de los frutos del diablo (¿ o Diablo, con mayúsculas?).
Porque estamos en octubre, el mes de las grandes setas. O lo era, antes de la sequía. Las setas son una de mis mayores aficiones. Recolectarlas, cocinarlas y comerlas con los amigos. Tienen algo de misterioso, de fruto prohibido (la atracción del pecado me persigue desde la infancia), de vértigo. En Galicia las llaman frutos do demo, frutas del diablo, quizá por su halo misterioso, por ese aroma a las entrañas de la tierra, tan cerca del infierno, o por su potencial alucinógeno, cuando no mortal. Es decir, algo tan potencialmente dañino no podía ser obra de Dios.

Había llovido en septiembre. Poco, es verdad, pero mis elementales conocimientos micológicos me decían que cuando llueve en septiembre el micelio del hongo se despierta y comienza su ciclo biológico. Así que el fin de semana pasado me fui al monte, sin cesta, pero con una bolsa de plástico en el bolsillo, por si las moscas. (Por cierto, no hagáis esto por sistema: si tenéis la suerte de coger setas se recuecen y, además el plástico impide "sembrar" el monte con las esporas. Siempre con cesta, por favor.). Al salir, un paisano vecino mío me lanzó una sentencia sabia: "con esta sequía no hay ni una seta". Bueno. Pues tras cinco o seis pasos en el bosque de robles, aparecieron los primeros boletus: dos boletus edulis y un eritropus. Al cabo de una hora había llenado la bolsa con más boletus y un par de fistulinas hepáticas de un tamaño gigantesco, lo que me obligó a volver al coche a vaciar su contenido en el maletero. En la foto podéis ver una muestra de mi hallazgo.
Cuando volvía de nuevo a mi cazadero me crucé en el camino con otro paisano. Miró mi bolsa vacía, y me advirtió, meneando la cabeza, lleno de razón: "si va a por setas, ni se moleste; con esta sequía no salen".
No sé a vosotros, pero hay algo en la sabiduría popular que siempre me deja acojonado. Mientras, yo agradezco al diablo que, un año más, no se haya olvidado de dar de comer a su hijo predilecto. O sea, yo.

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