Fuego amigo

Sentencias ejemplares contra el tráfico

Para la jornada de ayer, la Dirección General de Tráfico solicitaba de todos nosotros, una vez más, extremar la prudencia al volante, pues calculaba en cerca de nueve millones los desplazamientos en coche por las carreteras españoles en esta Semana Santa. Es decir, millones de familias piadosas con el alma encogida y llenas de odio hacia los perros judíos que crucificaron a Cristo, a la busca afanosa de los mejores lugares de oración y recogimiento en fechas tan señaladas en las que se conmemora la pasión y muerte del Señor (me ha quedado niquelado; ésta me la debes, Cañizares).

Estaba pensando en la magnitud de esa procesión pía sobre ruedas, manifestación suprema de nuestra religiosidad colectiva, sentado ante unas gambas a la plancha con un par de cervecitas frescas, una tras otra, cuando oía por la radio la noticia de que un tipo, al que extraños jueces habían absuelto el año pasado de un presunto delito de conducción temeraria, a pesar de que circulaba a 260 kilómetros por hora, exige al Estado más de 300.000 euros en concepto de daños morales, por no haber podido conducir durante un año, y -esto es lo más bonito- por no haber podido obtener el permiso de caza y coto.

Es decir, el colmo de la tortura psicológica: no había conseguido cazar a ningún peatón con su coche cohete, y aún encima le habían impedido vengar su insatisfacción a tiro limpio contra los conejos y los venados, con lo que relaja pegar tiros a animales indefensos.

Los jueces de la Audiencia Provincial de Burgos no habían apreciado "ninguna circunstancia de peligro concreto", quizá porque el cazador frustrado no chocó contra nadie. Sólo si se hubiese llevado a alguien por delante se habrían dado las "circunstancias concretas de peligro" que necesitaban sus señorías como prueba. Concretamente, de peligro de muerte.

Pienso en los millones de conductores cumplidores que estos días deberán ponerse millones de incómodos cinturones de seguridad y pasar millones de veces por radares de control de velocidad, con millones de copas de menos en el cuerpo, respetando millones de normas, mientras el correcaminos insatisfecho sueña con gastarse los más de 300.000 euros de la indemnización en balas de plomo, a la salud de la loca academia de la judicatura que lo ha dejado suelto.

Un poco confuso, lo confieso, me he vuelto a la penitencia de una tapita de jamón, con otras dos cervecitas frías, a ver si me paran luego los guardias civiles de Tráfico, me hacen un control de alcoholemia, y nos echamos unas risas allí mismo a la salud de los jueces y sus circunstancias concretas. Pa morirse.

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