Fuego amigo

El uniforme te salvará de más de un apuro

El caso de las enfermeras de una clínica de Cádiz a las que se les obliga a llevar una vestimenta totalmente inapropiada para su trabajo, destapa la polémica sobre la utilidad de los uniformes y su verdadero significado.

En este caso, el uniforme -falda corta y escote generoso- más bien refleja los problemas psicológicos del "diseñador", del sin duda varón víctima de sus fantasías eróticas, quien seguramente un día tuvo la ocurrencia de sugerir para sus empleadas un modelo lo suficientemente atractivo como para animar a la parroquia a enfermar, y así conseguir una mayor ocupación de camas.

En su inocencia habrá pensado que no hay nada mejor para una buena recuperación que abrir los ojos tras una operación de próstata y encontrarte con un primer plano de dos pechos rotundos asomando por el escote de la enfermera de guardia mientras te toma la tensión arterial.

Los uniformes tienen la doble utilidad de facilitar la identificación inmediata del que lo usa (policía, camarero, bombero) y la de añadirle un plus de autoridad, como las togas y puñetas de los jueces, las casullas y trajes talares de los clérigos, las plataformas de las drugs queens. De tal manera está fijado el patrón, que si de pronto, al despertarte de la operación en la cama del hospital, ves a una enfermera disfrazada de actriz porno, piensas que todavía continúas bajo los efectos de la anestesia, engolfado en uno de esos sueños que ni de coña te atreverías a contarle jamás a tu mujer.

Yo conozco muy bien la importancia del uniforme. Una vez me invitaron a comer a un restaurante muy fino para el que era necesario llevar el uniforme de ejecutivo, de chaqueta y corbata. Me paró en la puerta un portero vestido de Pepito Grillo, con sombrero de copa verde y alamares dorados en la chaquetilla, y zapatos de charol. Me dijo que en mangas de camisa no podía pasar.

Cuando a punto estaba de preguntarle entre dientes si lo adecuado sería un traje de payasito o de cuento infantil, como el suyo, mi anfitrión llegó en mi rescate y se sacó de no sé dónde una chaqueta y una corbata providenciales. Entré en aquel templo de la gastronomía perfectamente uniformado de pantalón verde, chaqueta azul, corbata amarilla y camisa de cuadros. Y el maître, en vez de expulsarme de allí por presentarme vestido de mamarracho, me dio la bienvenida efusivamente. Es lo que tiene el ir por la vida con el uniforme adecuado.

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