Fuego amigo

La coartada salvadora de la mente terrorista

Las creencias irracionales, las que colisionan directamente con la razón, para sobrevivir y multiplicarse en las personas a las que infectan, necesitan mecanismos, quizá no suficientemente estudiados, que liberen al creyente de parecer un idiota o un demente en su vida cotidiana adulta.

Gracias a este hallazgo pueden coincidir en un mismo individuo circunstancias antitéticas, como creer firmemente en que el ser humano es la cumbre del proyecto de un dios que nadie ha visto (los que dicen haberlo visto son siempre fuentes que los científicos calificarían como nada fiables), y al mismo tiempo ser un astrofísico valioso que observa a diario la insignificancia del planeta Tierra en un universo cambiante e inestable.

Si no fuera por este mecanismo reparador, un científico capaz de creer en que venimos al mundo con un pecado original cometido por unos primeros padres que desobedecieron a su dios por comer de una fruta prohibida, o que la divinidad es capaz de engendrarse a sí misma en los óvulos de una terrícola virgen... o no sería un científico o no sería un creyente.

Lo predicadores de esa industria saben, además, que cuanto más irracional resulta una creencia, más necesario es, para su fijación en el cerebro, que sea escrita en la tabula rasa de la mente infantil. O se inculca de niño, o se pierde al cliente para siempre.

Ahora que han vuelto los actos terroristas de ETA, sobre todo los llevados a cabo por su sección juvenil, se comprende mejor este mecanismo salvador del suicidio intelectual. Todos los que no pertenecemos a esa secta del terror nos preguntamos, desorientados, cómo es posible que alguien piense que poniendo bombas en sedes de partidos o pegando tiros en la nuca a los adversarios, pueden alcanzar los objetivos que sus profetas han escrito en el catecismo del terrorista: que un buen día, lo más parecido a un juicio final, 44 millones de españoles, acorralados al fin, acabarán por rendirse a estos teóricos de la kale borroka y el asesinato.

Y eso les salva, porque de no ser por esa coartada intelectual, dispararían contra sus propios cerebros.

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