Fuego amigo

Cómo vender una crisis que no se llama crisis

Ahora que ha terminado el Congreso XVI, las cámaras de televisión pudieron grabar la escena del jefe de la oposición, en su vuelta al trabajo, dictando y dando órdenes a sus nuevos colaboradores. Allí estaban Sáenz de Santamaría y María Dolores de Cospedal tomando disciplinadamente notas mañaneras de sus tareas para las próximas veinticuatro horas. Era una escenificación inocente, como cuando nos presentaban los despachos del Príncipe ante su padre, el Rey, gestos quizá imprescindibles en la era de la imagen, quizá cumpliendo con el axioma de que lo que no sale por televisión no existe para el resto de los mortales.

La organización del PP tiene una habilidad innata para contar no sólo cuánto trabaja sino para anunciar que se va a poner a trabajar. Eso es eficiencia en la comunicación. En cambio el gobierno lleva tomando medidas "contundentes" contra la crisis económica (que no se llama crisis), desde hace más de un mes, y cuando se pone a contarlo se le cruzan en el camino los culebrones internos del partido de la oposición o la hojarasca patriotera de la selección de fútbol. Y con tanto ruido no hay manera de entenderle. Mis amigos conocen quién metió el último penalti de la selección, pero ignoran las medidas contundentes del gobierno y qué resultados se derivan a corto y medio plazo.

Los ingenieros saben que, utilizando determinados materiales, los puentes pueden resistir ciertos pesos y tracciones. Pero la economía es una ciencia exacta tan rara que un año puede alzarse con el premio Nobel un fiel seguidor de Adam Smith, al siguiente, un adorador de Marx, y al otro, un keynesiano intransigente.

Todos ellos habitan en este gobierno bipolar. Ya ha demostrado tener el alma dividida sobre cómo atajar los desmanes de la Iglesia, cómo conciliar las medidas de la CE de intimidación al inmigrante con el humanismo de izquierda, qué hacer con la energía nuclear, o si de las crisis como ésta se sale o no con más inversión pública, aplicando las recetas de antaño.

Estoy hecho un lío. Quizá metiendo una cámara en el Consejo de Ministros saldríamos de la inopia.

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Meditación para hoy:

Tengo un amigo ateo al que le han detectado un cáncer. No quiero dramatizar; al parecer se trata de un cáncer de esos que cuentan con una altísima probabilidad de curación. Pero mi amigo, además de ateo, se distingue por ser un tipo práctico en los negocios, siempre con un plan B en la recámara por si las cosas vienen mal dadas.

Me ha dicho que desde el anuncio de la mala noticia ha adoptado un plan B vital: ha decidido dejar de ser ateo por si el primer negocio de la muerte le sale mal. Así que me ha pedido que le aconseje a qué dios rezar. Benedicto XVI le mandó ayer un recado en el que le comunicaba que "sólo" la fe en su dios puede vencer el miedo existencial: "Quien teme a dios está tranquilo".

Oírle y ponerse peor fue todo uno, porque mi amigo no tenía ningún miedo existencial hasta que le declararon el cáncer. Antes bien, su miedo es que pueda existir de verdad el dios de Benedicto XVI. Así que no sé qué hacer. No me atrevo a regalarle una Biblia porque como se entere de las malas pulgas de dios el pobre no me llega a Navidades.

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