Fuego amigo

El venerable asesino de barbas blancas

Sólo de vez en cuando podemos permitirnos el placer de celebrar la detención de los grandes asesinos. Ayer caía el comando más activo y sanguinario de ETA, con sus becarios aprendices incluidos. Casi al mismo tiempo, la justicia serbia echaba mano a un médico, de barba blanca y aspecto apacible, que escondía la identidad de uno de los mayores criminales del siglo XX, el ex presidente de la República Serbia de Bosnia, Radovan Karadzic, acusado por el Tribunal Internacional de la matanza de Srebrenica, en la que murieron cerca de 8.000 musulmanes. El mayor genocidio cometido en Europa tras la segunda Guerra Mundial.

Ayer pasaban por televisión imágenes de los asesinos Karadzic y Ratko Mladic (el general serbio que dirigió el asedio a Sarajevo, en el que murieron más de 10.000 personas, la mayoría civiles) santiguándose piadosamente ante una imagen que no acerté a ver.

Me acordé de que tras los desmanes de tan piadosos cristianos se encuentran agazapados el aliento y la bendición de una Iglesia Ortodoxa que todavía no ha tenido el coraje de pedir perdón. Las hemerotecas guardarán para siempre la escena ignominiosa del obispo Nikolai de Dabar Bosna, en su visita al frente de combate, bendiciendo la artillería que soltaba su carga mortal sobre Sarajevo.

Una Iglesia culpable de dar forma mística al sueño fascista de la Gran Serbia, que miró para otro lado cuando arreció la limpieza étnica contra un pueblo culpable de adorar al dios equivocado, al dios del Islam.

En otro escenario, en la Italia del aprendiz de Duce, como una metáfora terrible, morían ahogadas en la playa dos niñas gitanas, ante la indiferencia y el fastidio, quizá, de varios bañistas. Un grupo étnico considerado por el gobierno de Benito Berlusconi como un pueblo presuntamente delincuente a priori.

Las grandes tragedias del siglo pasado, como la colosal matanza nazi, tuvieron una espoleta aparentemente así de insignificante. Para no repetir la Historia, la Iglesia debería prohibir el uso de la señal de la Cruz a quienes pretendan aprovechar su autoridad moral para justificar sus instintos criminales, a quienes se santiguan antes de apretar el gatillo para que dios bendiga su puntería.

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