Fuego amigo

A ver quién se atreve a dar el primer paso

Hubo un tiempo en que la humanidad contaba su riqueza por la cantidad de ganado que podía alimentar en sus tierras, o las frutas y hortalizas que conseguía cultivar. Tras la economía de trueque (te cambio una oveja por un saco de alubias) nació el alimento moneda que aún convivió con el dinero, muchos siglos después de que lo expandieran los fenicios por todo el Mediterráneo, con el oro y el papel moneda, hasta época bien reciente. Las habas de cacao eran moneda muy preciada en la América precolombina, y con el comercio de la especias, los granos de pimienta constituyeron todo un tesoro de minúsculo dinero.

De pronto el dinero desapareció. Nosotros sabemos lo que cobramos por un apunte contable en nuestra cuenta corriente, y en el bolsillo sólo llevamos calderilla. Los bancos dicen ser los dueños de un dinero que en realidad no es suyo. Si todos acudiéramos a retirarlo de nuestras cuentas descubriríamos que tan sólo hay para sacar... lo que los fondos de garantía de depósitos han estipulado. Pura ilusión óptica. Todo irá bien mientras exista la confianza, la nuestra en los bancos y la de los bancos entre sí.

Además de los índices ortodoxos del Nikkei, el Dow Jones o el Ibex, son famosos los índices alternativos del estado de la economía. Sobre todo el de la minifalda y el de la barra de labios. Creo que fue el Wall Street Journal quien descubrió que, en épocas de optimismo económico, las faldas subían por encima de la rodilla y los escotes bajaban. Las depresiones volvían depresiva a la moda, se generalizaba el jersey de cuello vuelto, y la falda bajaba al nivel del ánimo de la sociedad. Algo parecido ocurre con las barras de labios. Cuanto menos dinero hay para cambiar el ajuar más invertimos en decorarnos la cara, al igual que se construyen menos viviendas pero se hacen más reformas.

Quizá Angela Merkel lo sabe, y por eso luce últimamente esos escotes de vértigo que tan encandilado tienen al pobre Sarkozy, a ver si entre tanto toqueteo se le levanta al menos la economía. Como la economía es tan sólo un estado de ánimo, en mi barrio hace ya una semana que han instalado las luces de Navidad, y las tiendas de alimentación están a rebosar de productos navideños. Los comerciantes y los alcaldes ya no saben que hacer para reconfortar nuestro espíritu alicaído.

Aunque no hace falta que insistan, porque todos conocemos la receta. Sabemos que salimos de ésta si colectivamente nos ponemos a consumir como locos. ¿Pero quién se atreve a dar el primer paso? Tú primero, que a mí me da la risa.

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