Fuego amigo

La revolución conservadora

Ser conservador es querer conservar los privilegios obtenidos. Implica de antemano estar en posesión de cierta biografía para haber acumulado algo suficientemente valioso que merezca la pena ser conservado. Por eso las revoluciones son asunto de ciudadanos que nada tienen que perder porque nada tienen que conservar. Triunfan por el impulso de jóvenes revolucionarios que han tomado sobre sus hombros la tarea de cambiar los privilegios que sus mayores se obstinan en mantener.

Luego, las revoluciones triunfantes envejecen, y con ellos sus líderes, que se convierten con los años en conservadores de sus propias poltronas revolucionarias. Una contradicción en sus términos, provocada por el paso inexorable de la edad. No hace falta hacer un esfuerzo de memoria para recordar que las revoluciones comunistas devinieron con los años en caricaturas revolucionarias, donde las esencias del supuesto progreso descansaban en manos de la gerontocracia del partido único.

Desde Freud sabemos que el hijo no se libera hasta que mata al padre, metafóricamente hablando. Lo que no contaba es que hay hijos, como los "hijos" del PP, que con la muerte del padre no quieren liberarse, sino simplemente heredar.

Es un misterio cómo se puede ser joven y pertenecer a Nuevas Generaciones del PP, cuando la juventud es, per se, un estado anímico de rebeldía. Si gente de izquierdas en su juventud, como Losantos o César Alonso de los Ríos, llegan en la edad tardía a ser unos fachas por simple envejecimiento neuronal, ¿cómo será la vejez de alguien de Nuevas Generaciones que ya era un anciano en su juventud?

Esperanza Aguirre, la que días atrás había calificado a Franco de socialista, se dirigía a sus nuevas generaciones este fin de semana y alababa su "rebeldía por apoyar a personalidades históricas de la talla de Ronald Reagan, Margaret Tatcher y Juan Pablo II". Ahí está el truco. Enseñan a sus cachorros que lo revolucionario es ser conservador, en esta revolución neocon que ha tomado al asalto el diccionario, donde nada es lo que parece y las palabras se retuercen hasta desnucarse, donde cualquier facha ya puede interpretarlas a su antojo, para insultar llamándote nazi, o ensalzar "sin complejos" la placidez de la dictadura franquista.

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