Marcha a Bruselas

No distingo la frontera

MARIBEL MARTÍNEZ

¿Dónde acabamos nosotros?, ¿dónde empiezan ellos? No veo la raya o alambrada que delimite la diferencia entre el norte y el sur de la vieja Europa. Un pequeño mojón, una piedra en el camino que indica que nuestros doloridos pies pisan territorio francés, es la única referencia que nos avisa que acabamos de traspasarla. El aire no difiere en absoluto del que respiramos al abandonar el Pirineo catalán.

Sin embargo esa linde imaginaria que hoy nos permite transitar libremente a los ciudadanos comunitarios, estuvo otrora custodiada a cal y canto para evitar que muchos españoles que lucharon por la libertad de este país pudieran ponerse a salvo en tierras galas. Llegando a Fos, jóvenes de la CNT, sindicatos solidarios y el Nuevo Partido Anticapitalista nos reciben hermanándonos en un abrazo que no entiende de confines ni líneas divisorias. Para los miembros de la serpiente naranja ha sido fácil. Pero no podemos evitar retrotraernos a otra época en la que muchos compatriotas se jugaron la vida, y a menudo la perdieron, en una aventura mayor y más peligrosa que la nuestra: la de la supervivencia.

Durante décadas otro río de españoles tuvo que cruzarla, no por cuestiones políticas, sino acuciados por la penuria y la ilusión de mandar algo de sustento a sus familias. Como sucede las hermanas y hermanos que hoy son perseguidos por leyes de extranjería y órdenes de expulsión en todo el continente, conviene recordar que nuestro pueblo también sufrió un doloroso exilio empujado por la necesidad de buscar un futuro allá donde pudieran encontrarlo. Que también padecieron el desarraigo y la nostalgia y que, aunque a veces se toparon con el desprecio y el racismo de los más intransigentes, fueron acogidos con generosidad por la mayoría de los franceses hasta el punto de que muchos hicieron de este país su nueva patria. Son sus hijos ahora, franceses con raíces españolas, quienes más celebran nuestra humilde hazaña. Los que mejor comprenden el sentido de esta Marcha que pretende aglutinar las voluntades de los trabajadores, saltando por encima de cualquier límite o aduana.

Y como en una liturgia gastronómica, compartimos con ellos huevos, longanizas y chorizos ibéricos regados con un delicioso caldo de Perpignan convirtiendo esta comida en algo mágico, poderoso. En una comunión profana entre iguales que nos recuerda que ningún ser humano puede ser ilegal por su origen. Que son otros intereses, totalmente ajenos a los nuestros, los que están empeñados en trazar esas barreras y enfatizar las diferencias.

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