Memento

Festivales en 2022: del parón al colapso

Festivales en 2022: del parón al colapso
Varias personas bailan el día en que arranca una nueva edición de Sónar de Día, en la Fira de Barcelona, a 16 de junio de 2022, en Barcelona, Cataluña (España). David Zorrakino / Europa Press 16/6/2022

Del parón más absoluto al colapso. Esto es lo que ha vivido y se está viviendo en el mundo de la música. Durante los dos últimos años no se sabía muy bien cuánta gente iba a quedarse por el camino con el paro forzoso que supuso la pandemia, pero está instalada la misma sensación con la reactivación del sector. ¿Quién va a resistir este año de sobreoferta? Todos lo vemos: artistas, promotores, mánager, público... Se comenta en todas las esferas relacionadas, pero se sigue hacia adelante asumiendo que habrá bajas y confiando que en 2023 todo vuelva a cierta normalidad y estabilidad.

Supongo que hasta cierto punto es normal. Este año todo el mundo quiere y/o necesita volver a hacer eventos, ya sea como organizador, como técnico o como músico. Muchos festivales aplazados, discos que no han podido ser presentados en directo todavía y los grandes empresarios de siempre que quieren pescar en río revuelto. También el público tenía ganas de volver al reencuentro y a la fiesta que suponen para muchas personas acudir a un concierto, sobre todo a los festivales. Pero ¿hay asistentes y trabajadores para abarcar toda la oferta? Está quedando claro que no.

Muchos festivales han tenido que desistir antes de celebrarse. Otros han decidido seguir adelante aun asumiendo que seguramente conllevaría pérdidas, pero intentando ver si la taquilla y la barra les mantenía o al menos no perder la marca ganada años atrás. Hay algún festival que lleva celebrándose más de una década y que, seguramente, haya hecho su última edición este 2022. Otros aguantan con ayuda institucional, otros venden todas sus entradas antes de anunciar el primer artista... hay múltiples realidades, pero una verdad, no hay público ni poder adquisitivo para todo.

También en los últimos años hemos asistido a un cambio de tendencia, tanto en gustos como en la forma de ver música en directo. Ahora se consume sobre todo la llamada "música urbana", género inventado que abarca desde el trap hasta el pop. Tampoco es nuevo que exista una música más popular y las otras resistan en sus espacios, pero actualmente los festivales más masivos son un popurrí de estilos, acaban llevándose a los grandes artistas de otros géneros y, por consecuencia, al público, dejando al resto de festivales con dificultades para tener un cabeza de cartel que arrastre gente.

Por otro lado, las salas han perdido su potencial de antaño en favor de los festivales y la pandemia lo ha agudizado ya que, mayoritariamente, la gente busca planes al aire libre. Pero era una tendencia que ya venía ocurriendo desde años atrás. En parte es normal, si un festival te ofrece 15 grupos por 30 euros, ¿cómo compras entradas a 18 en una sala para un artista? Da igual que se ofrezca un formato y una duración distinta, es muy difícil competir contra la oferta festivalera.

También la gente más joven ha crecido en la cultura del festival y no tiene tanta costumbre de ir a salas. Y es importante decir que muchos artistas acaban siguiendo esa dinámica y actuando solo en festivales, que les garantiza su sueldo y ningún riesgo. Y más en la época de las redes sociales donde compartir una sala medio vacía parece que sea delito, como si fuera fácil llenarlas. Y como ahora muchas veces el caché va relacionado más con la imagen que vendes que con la música que haces, muchos grupos no quieren poner en riesgo su prestigio con una gira de salas que nada te garantiza que vaya bien.

Hay numerosos factores que influyen y es difícil analizarlo estando dentro de esa rueda que no para de girar. Habría que hablar también la inflación, los hoteles que han decidido este año recuperar todo lo perdido en pandemia, también grupos que han subido su caché, claro. Hay falta de trabajadores cualificados para el montaje de escenarios, falta incluso de escenarios. Muchos espectadores que acuden a macrofestivales aunque no les guste mucho el cartel porque son más masivos y porque quedan mejor en redes sociales que ir a uno más pequeño, con menos glamur y sin un artista internacional. Tampoco se tiene dinero para ir a todos y hay que elegir. Los festivales vinieron para ampliar la oferta cultural y enriquecerla, pero ahora mismo es un motivo de especulación más donde unos pocos concentran la mayor parte de oferta, sobre todo la más masiva y beneficiosa.

Es difícil escribir un artículo el mismo día que te vas a un festival, con la incertidumbre de cómo irá y mientras intentas evitar las secuelas que pueda dejar este 2022, pero también asumiendo que cuando dejemos de ser rentables también seremos expulsados de esa rueda que nunca parece frenar. Entendiendo que los grandes empresarios se irán a otros asuntos cuando el boom haya dejado de ser una oportunidad de negocio.

Pero la música seguirá sonando. Muchos y muchas jóvenes hoy mismo empezarán a formar una banda con la ilusión de ver dónde llegan. Algunas salas resistirán porque saben que son el lugar donde muchas de estas bandas comienzan y porque la conexión con el público en ellas es diferente. Pero necesitarán el apoyo de los grupos y del público y ahora mismo parecen más un riesgo que una oportunidad. Habrá que decidir si somos consumidores u oyentes. Si somos músicos o animadores. Si es un boom o un sector recolocándose. Esperemos que no se quede mucha gente por el camino.

Más Noticias