Memento

¿Programa, programa, programa?

La ministra de Ciencia e Innovación, Diana Morant; la ministra de Derechos Sociales y Agenda 2030, Ione Belarra; la vicepresidenta segunda del Gobierno y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, y la ministra de Igualdad, Irene Montero, posan durante la II edición de los Reconocimientos Arcoíris por el Día Internacional del Orgullo LGTBI, a 27 de junio de 2022, en Madrid (España).
Diana Morant, Ione Belarra, Yolanda Díaz e Irene Montero posan durante la II edición de los Reconocimientos Arcoíris por el Día Internacional del Orgullo LGTBI, a 27 de junio de 2022, en Madrid.

Recuerdo que hace años, en mi adolescencia, una de las revistas especializadas que había sobre rap traía el anuncio del primer maxi de un grupo nuevo. Lo llamativo no era la portada, ni el título del trabajo ni el del grupo, sino que colaboraba uno de los mejores rapers que había en ese momento. Pero lo que más llamaba la atención era que el nombre del artista colaborador salía más grande que el del grupo en la publicidad. Está claro que puede atraer la atención del oyente que no te conoce y más en una época sin Spotify ni acceso alguno a escuchar música por internet, pero ya en aquellos años, en los que yo ni escribía canciones, me llamó la atención que se recurriera a esa técnica para captar oyentes para tu causa. Más de 20 años después, el colaborador sigue y el grupo principal no. ¿Fiar todo a una participación externa es garantía de algo a largo tiempo?

Esta anécdota que guarda mi siempre selectiva (y absurda) memoria me ha venido a la mente al ver las últimas noticias sobre la líder de Sumar, Yolanda Díaz, y cómo los partidos a la izquierda del PSOE quieren su colaboración en la campaña electoral que se nos viene. En mi ciudad, València, ya se ha anunciado que hará campaña con Compromís y Unides Podem. Y en Madrid participará en actos de Unidas Podemos y de Más Madrid. Es la estrella actual y la quieren todos para su trabajo, para que se acerquen a escuchar lo que tiene que decir y buscando una garantía de poder recibir el apoyo que ya tiene la ministra de Trabajo de una gran parte de la sociedad. Falta por ver si en los carteles de los mítines aparecerá más grande el nombre de la vicepresidenta que el de los candidatos de los partidos mencionados, pero no sería extraño que al menos tuviera una escala similar.

Tampoco es un suceso muy extraño. Siempre ha habido líderes que han conseguido aglutinar a miles de personas (ya sean oyentes o votantes) solo por su presencia. No se entendería la revolución cubana sin Fidel, por ejemplo, pero para que persista un proyecto debe superar a sus figuras principales y caminar solo. Que sean muchas personas las que mantengan un ideal, ya sea musical, político o de vida. Por eso me cuesta entender cuando gran parte del resultado de un trabajo se aferra a una sola persona. ¿Por qué Yolanda Díaz puede participar en actos de dos candidaturas que concurren por su cuenta en una misma ciudad? ¿Qué sentido tiene entonces que vayan separadas? ¿No hay un programa electoral distinto? O, lo más importante, ¿a alguien le importa el programa?

Programa, programa, programa reivindicaba el añorado Julio Anguita, dándole la importancia que tenía más allá de ideologías, de nombres o de siglas. Ahora parece que es secundario, que importan más las personas. Entonces, ¿por qué tantas risas con que Vox presente el mismo programa en todos los sitios? Qué cachondeo con que pida cuidar las playas de Teruel, ¿verdad? ¿Pero sabemos qué propone el partido al que pensamos votar? En la era de la imagen y de las y los influencers, todo lo que hay detrás de las personas queda relegado a un segundo plano. Las estrellas del momento venden por sí solas, por el simple hecho de estar, ya sean unas cremas para la cara, una hamburguesa con su nombre o un apoyo electoral.

Pero el problema de apostar todo a una persona es que el proyecto puede morir una vez la estrella pierda su aura o vaya por otros derroteros. Hace poco lo comentaba Facu Díaz en su Twitch. Si fiamos nuestro voto y nuestro apoyo solo por determinado candidato o candidata puede convertirse en un respaldo frágil porque las personas van y vienen. Y si los esperamos puros e inmaculados es fácil que en algún momento tropiecen y se desmonte el chiringuito y se vean las costuras. ¿Por qué hay gente que votó a Podemos y ahora vota a Vox? ¿Porque sus padres son hermanos? Tal vez. Pero seguramente porque se vota a una persona que en ese momento identificaba su descontento con la política bipartidista. Antes fue Pablo y ahora Abascal. Lo único que tienen en común es comunicar de una manera distinta y no ser del PP o PSOE, pero hay gente a la que le vale.

Por eso hay que empezar a poner el programa y las propuestas por encima de las personas. No podemos negar la presencia a los líderes carismáticos, no podemos obviar que necesitamos caras conocidas y más en una época donde la imagen los es (casi) todo, pero fiar nuestro futuro a una única persona sin importar nada más, es difícil que salga bien. Porque en algún momento esa candidata o candidato fallarán, le saldrá que hace seis años se colaba en el metro, se hartará de estar en primera fila o los grandes medios activarán el ventilador de mierda contra él o ella y se irá todo al carajo.

Programas fuertes, propuestas transformadoras, un nuevo sistema que ofrezca vidas posibles e iguales. Eso debe estar en el centro del tablero. Luego pide la colaboración que quieras a la estrella del momento, pero si no hay unas bases, si no hay unas raíces fuertes, veremos si en unos años tu partido (o tu grupo) ha caído en el olvido o aprovechó esa colaboración para empezar a tejer unas redes irrompibles que vayan más allá de un rostro o un nombre. Una vez más: programa, programa, programa.

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