"Mis vecinos tienen un bebé que no para de llorar. Les ha salido hostelero", rezaba un tuit de hacer un par de años. Puede sonar exagerado, pero si haces la prueba de buscar "hostelero" en Google y darle a la pestaña de noticias, verás que la mayoría de las informaciones tienen que ver con quejas de la hostelería. Además, siempre como un ente único y superior que se comunica al unísono. En un mundo lleno de discusiones y diferentes puntos de vista, siempre se nos da la opinión de este sector como completamente uniforme.
El último lamento ha sido durante esta semana, ya que sus buenas previsiones de Semana Santa "se han ido al garete" por las lluvias. Todo el año alertando de los problemas que tenemos de sequía y ahora que llueve es un fastidio para algunos. Aunque sobre la sequía ya habían surgido quejas anteriormente, cuando las restricciones en algunas zonas españolas prohibieron llenar las piscinas con agua potable. Aunque, rápidamente, algunos gobiernos locales se ofrecieron a comprar desalinizadoras para el llenado de estas piscinas, en lugar de valorar si es lógico llenarlas casi todo el año cuando algunos meses prácticamente están en desuso. Pero tú dúchate rápido, que hay que ahorrar. Y compra un lavavajillas con función eco, haz el favor.
En los últimos meses tenemos quejas de todo tipo. Por ejemplo, cuando Yolanda Díaz planteó que tal vez los bares y restaurantes no tendrían que cerrar tan tarde. Ni siquiera fue una propuesta de ley, tan solo un comentario, pero enseguida salieron con el cuchillo entre los dientes, liderados por la caudilla de los hosteleros, Isabel Díaz Ayuso, para atacar a la vicepresidenta. Para qué se va a intentar conciliar la vida familiar y laboral de las personas. España es fiesta y cenas largas. Qué me importa a mí si el chaval que me sirve se va a las 2 de la mañana por dos perras. También hay quejas ante la posibilidad de que se deje de fumar en las terrazas. No es nuevo, ya las hubo cuando se dejó de fumar dentro de los establecimientos y ahora nos parecería aberrante lo contrario. Piden que cada local lo haga o no a su voluntad. Una ley a medida, vaya. Ofrecen comida y bebida, pero también la libertad de echarle el humo a quien te dé la gana.
Las quejas ante la tasa turística, aunque ya se cobra en Catalunya, Baleares y gran parte de las grandes ciudades de Europa, es otra de las clásicas. Como si cobrar un euro o menos por pernoctación nos fuera a quitar el emblema de ser una colonia de sol y cañas. Tampoco les parece bien que una vez pasada la excepcionalidad de la pandemia (donde algunos tuvieron más privilegios que otros. Guiño, guiño) se recorte el espacio de las terrazas. El peatón que vaya por donde pueda. Que se entretenga en una yincana esquivando sillas y mesas. También les parece mal que se recorte el tráfico en algunas zonas o se prohíba aparcar a quien no sea vecino. Que vengan a comer a mi restaurante, a las 12 de la noche si quieren, le echen el humo al bebé de la otra mesa y aparquen en la puerta. Que para algo son el motor de la economía, carajo.
Y por supuesto, su gran hit, su obra culmen, es la de que no hay trabajadores. Nada tienen que ver los salarios o que un señor con traje que tiene pinta de no haber lavado un cubierto en su vida, pero que es el presidente de los hosteleros, diga que en el sector "siempre se ha trabajado media jornada, de 12 a 12". Porque siempre reclaman más derechos, pero para ellos. Los laborales ya son otra cosa. Las horas extras que se van al limbo o los contratos con menos horas de las trabajadas son un derecho irrevocable, parece ser. Por eso también se quejan de que haya más inspecciones de trabajo. Son un sector perseguido. Ellos vendiendo felicidad, como aseguran, y otros amargados queriendo que cumplan la ley y que no se autorregulen a su antojo.
Tal vez me lea algún trabajador de la hostelería o que regenta un pequeño local y lamente la caricaturización de un sector tan amplio y con aristas. El problema es que no se sabe si hay una alternativa al discurso dominante. Cuando sucede alguna declaración de un ministro o ministra, cuando se van a aprobar leyes o cuando sucede cualquier cosa que afecta a los hosteleros, siempre salen los mismos señores trajeados y con pinta de haber trabajado poco a quejarse y a hablar por todos y por todas. Ganaría muchísimo el debate (y también conseguirían un mayor respeto por una parte de la sociedad) si hubiera asociaciones alternativas con un discurso que integre el barrio en su producto hostelero, que sea sostenible, con condiciones laborales dignas y que no dependa de la climatología, de que un alemán pase por su barrio o de tener que montar una terraza enorme para que la gente fume.
Estoy seguro de que lo hay. También tenemos desde los medios que dejar de dar la visión de quienes tienen siempre un mismo discurso y que suele ser cercano a la falsa libertad que vende Ayuso. La libertad de hacer lo que me dé la gana moleste o no a los demás. Porque de lo contrario, todo el sector parecerá ese que recibió con aplausos a los primeros guiris que nos visitaron tras las restricciones de movilidad de la pandemia. Una escena propia de una película de Berlanga en la que demostramos que seguimos queriendo que venga Míster Marshall a vomitarnos las calles, mear nuestros monumentos y gentrificar nuestros barrios. Eso también es libertad.
Comentarios
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