Modos y Modas

Los pasos del camino

¿VENTANA O PASILLO?// ISABEL REPISO

El estío está lleno de ritos iniciáticos. Aparte de los tangas, es su mayor virtud. Que levante la mano quien no recuerde la bici en la que aprendió a estamparse. Y la nariz contra el muro, como un mosquito. Tu primer impacto sobre el adobe, sobre el asfalto. La rugosidad de la superficie que penetra más allá de la piel y te muestra que, por debajo, eres un mar rojo. Ni que decir tiene que te da por abrir la boca de par en par para proclamar tu desacuerdo con el mundo y el llanto provoca la risa de los mayores. Mejor no mirar a esos imbéciles. Y corres como puedes hasta la fuente para lavarte.

En tu caso, ¿quién se dejó el aliento prometiéndote que te sujetaría el sillín, asegurándote que nunca caerías? Esa es la razón por la que la bici se enseña pronto, cuando la credulidad aún late intacta. De otro modo aprendes con la garantía de que dolerá. La misma inocencia funciona con el primer salto a la piscina. Siempre hay alguien a tu alrededor convenciéndote de que no te soltará. Es lo que tiene el verano: promesas intangibles. Como el chico de los ojos grises que te garantizó que volvería el próximo verano y te dejó la otra moraleja del estío: sólo las abuelas no fallan. Esas que los domingos te hacían chocolate y se sacaban el pañuelo de las tetas para secarte los lagrimones. Las mismas que te enviaban a comprar huevos de corral a la casa de la señora Tomasa. Temporada de rebajas, de posibilidades de ocasión y vacaciones en el pueblo... El verano es la metáfora más clara de lo que te espera. Más que aprender la bici, el mar, el beso, aprendes las hostias.

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