Modos y Modas

La rancia Casa de España

EL DECANO// JUAN LUIS CANO

Pasados ya los Juegos Olímpicos y hechas las reflexiones, deberemos estar de acuerdo en que nuestros y nuestras deportistas, ganadores y menos ganadores, se merecen un diez. Quienes no deberían estar tan eufóricos son los encargados de organizar la Casa de España en Pekín. Todas las delegaciones eligen un lugar que viene a ser una embajada portátil donde recibir a las personalidades, deportistas y gente de a pie que quiera sentirse un poquito en casa estando a miles de kilómetros. La Casa de Holanda ha sido famosa estos Juegos por las fiestas diarias a las que todo el mundo podía acudir; la de República Checa porque se llenaba de gente deseosa de probar una buena cerveza y meter unas canastas –que hasta un minicampo de baloncesto tenían montado– y así sucesivamente. Pero la Casa de España no. La Casa de España era un rincón obsoleto, triste, ajado, de moqueta mustia, a la que solamente se podía entrar con rigurosa invitación, silenciosa, hecha a la medida de los presidentes de las federaciones y sus esposas. La Casa de España olía a naftalina, a moho, a cuchicheo, a pijerío trasnochado... y hasta se la cerraron a cal y canto a los jugadores de la selección de balonmano, que pensaban ir allí a celebrar su medalla. Se quedaron en la calle, más colgados que un ahorcado, porque la Casa había chapado. Como los presidentes de las federaciones y sus señoras ya se habían ido... Les salvó de tan triste local Paco, el cocinero: un tío legal.

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