Modos y Modas

Aguas heladas

QORINKANCHA // LORENZO SILVA

Con este nombre, que significa "Palacio de Oro", denominaban los incas al conjunto de templos más importante de Cuzco y por tanto de todo su imperio. Allí se adoraba al Sol y a la Luna, a las estrellas y al arco iris. Desde su emplazamiento, considerado el ombligo del mundo, partía un haz de líneas imaginarias llamadas seqhe, que se extendían por todo el Tawantinsuyo como llamaban los incas a sus dominios) y venían marcadas sobre el terreno por una serie de wakas o lugares sagrados.

Pero además de esta bonita cosmología, el Qorikancha albergaba un montón de kilos de oro, burdo detalle que decidió su destino.

Cuando llegaron los conquistadores españoles en el siglo XVI arramblaron con todas las piezas del precioso metal —figuras, utensilios y revestimientos— y las fundieron sin contemplaciones.

Despojado del oro, el Qorikancha resultaba bastante soso: un conjunto de edificios trapezoidales con tejado de paja, que le fue adjudicado a Juan Pizarro dentro de su porción del botín de la conquista. Luego éste lo donó a los dominicos que, a fin de dar alguna utilidad a aquellas piedras, les plantaron encima una glesia y un convento. El ombligo del mundo incaico es hoy uno de tantos negociados periféricos de la católica cristiandad.
Su triste peripecia es todo un símbolo de la vanidad del poder y la crueldad de la Historia. Que lo mismo que el oro, va siempre con el más fuerte.

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