Cabeza de ratón

Arrepentíos

Atado a mi columna, me uno a la previsible legión de columnistas de todos los credos, o de ninguno, que,  abducidos por la elección del nuevo pontífice romano, nos apuntamos a esta procesión heterodoxa de artículos y crónicas que saturan los medios en estos días litúrgicos. He seguido con interés los avatares del ritual romano, circo sagrado y cónclave secreto con la parafernalia de los dorados y las púrpuras. Las mitras y los báculos han ocupado en las pantallas y en los papeles lugares preeminentes y la representación ha vuelto a funcionar y a fascinar con sus antiquísimos mantras latinos y sus rutilantes ornamentos a buena parte de la audiencia. El Vaticano ha sido "trending Topic" desde la inesperada fuga de su pastor a la entronización de su sucesor en la silla de Pedro, trono incómodo pero de mucho lucimiento.

El hecho de que el papa anterior viviera todavía, despojaba al gran ceremonial de ese componente necrófílo que con tanto arte sabe manejar la clerecía. Era tiempo de aleluyas y no de responsos pero los cardenales electores no estaban para muchas alegrías, espesas sombras entenebrecían las rutilantes luminarias y el espectáculo prometido no se iniciaba con buenos presagios. Las malas vibraciones de la pederastia, las malas trazas de las finanzas y el sórdido fardo de las intrigas lastraban la ceremonia y los corresponsales de los medios, después de sacarles jugo a todas las quinielas (no acertaron ni una) perseguían a obispos en bicicleta o entrevistaban a los peregrinos más peregrinos que ocupaban la Plaza de San Pedro. Para rellenar los tiempos muertos con un toque moderno los portavoces vaticanos ofrecieron el "making of" del show y pudimos ver como profanaban la Capilla Sixtina con la instalación de dos espantosas chimeneas con sus aparatosas tuberías. Poco después en una insólita rueda de prensa, periodistas de todos los países tomaban nota de la composición de los novedosos materiales de combustión que se usarían para blanquear o ennegrecer las fumatas, un tema apasionante. Al pronunciar la palabra azufre, creí ver un guiño irónico en la faz del compareciente. El azufre es el perfume favorito de Satanás, opuesto al incienso, y quemarlo en la Casa de Dios sonaba en estos trances a provocación demoníaca. Azufre, clorato de potasa...parecían los componentes de un explosivo más que las señales de humo de la divinidad.

En su discreta proclamación, el nuevo papa Francisco se mostró campechano y espontáneo. La campechanía puede ser una virtud pontificia pero la espontaneidad conlleva grandes riesgos cuando uno tiene el don de la infalibilidad. En su presentación pública, el papa Francisco concedió una indulgencia plenaria, el perdón de todos los pecados, del genocidio al fraude fiscal. Basta con una confesión en los siguientes quince días y en el recitado de algunas oraciones y jaculatorias para que el alma  más negra quede impoluta y resplandeciente, blanca y radiante como ropa recién lavada por un detergente milagroso. Que gran oportunidad para que todos los políticos, banqueros y financieros sumidos en las ciénagas de la corrupción que se dicen y se proclaman católicos se arrepientan y aprueben las oposiciones de ingreso en el Cielo. Si se confiesan con  arrepentimiento, dolor de corazón y propósito de la enmienda y le cuentan sus pecados al confesor quedarán sin mancha. Claro que hay que leer la letra pequeña, en los casos de robo hay que restituir también lo sustraído, aunque sin intereses de demora como en las amnistías fiscales.

Entre las decenas de columnas leídas en estos días de piadosa reflexión, me he topado varias veces con la misma pregunta sobre las razones del éxito y de la permanencia de la Iglesia Católica hasta nuestros días. Los que no creemos en la tutela del Espíritu Santo, pero hemos sufrido persecución religiosa como alumnos de colegios de curas y de monjas, sabemos que existe al menos una poderosa razón que sigue garantizando el éxito de la bimilenaria institución. En un contexto basado sobre el sentimiento de culpa y su redención, el sacramento de la confesión se presenta como una extraordinaria panacea. Permitan un ejemplo: si un parricida que ha degollado a sus progenitores corre al confesionario y relata el espeluznante suceso con pelos y señales obtendrá la absolución total e inmediata pues cumplirá fácilmente con los requisitos: el arrepentimiento y el dolor de corazón se le suponen (asesinar a los padres debe ser bastante traumático) en cuanto al propósito de la enmienda se da por descontado, padres no hay más que unos. Sin embargo imaginemos o recordemos al niño que confiesa sus primeras masturbaciones: el arrepentimiento es cuanto menos tibio, el dolor de corazón inexistente y el propósito de la enmienda altamente improbable o efímero. Si sigue siendo creyente, ya tenemos un cliente.

El escritor argentino Matías Alinovi contaba el pasado viernes en el diario El País que en su infancia se había confesado con el futuro papa huyendo del viejo confesor del colegio que impartía una sonora bofetada  no muy canónica a los viciosos onanistas. Los ecos de la bofetada duplicaban el escarnio sufrido por los réprobos. "Bergoglio evitaba la bofetada, y de allí la preferencia general de los alumnos" escribe Alimovi. No es mucho, no lo suficiente como para calificarle impunemente de "progresista", así lo califican algunos medios. No es mucho pero menos da una piedra de esas que se utilizan para fundar iglesias.

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