Cabeza de ratón

Espejo de espías

Ni siquiera se han tomado la molestia de espiarnos. Los servicios secretos españoles gozan de una gran tradición de transparencia para los colegas de la CIA que, durante muchos años y sin disimulo alguno, entregaban jugosos sobresueldos a los agentes españoles a cambio de su entusiasta y leal colaboración. Estos padrinos generosos prestaban también sofisticados sistemas de escucha a sus ahijados y a cambio recibían copias de lo espiado. Si unimos a esta tradición nacional la pérdida de peso del Estado Español en el concierto internacional comprenderemos mejor porque en estos últimos días el nombre de España ni aparece en los papeles de Snowden. Que hablen de ti aunque sea bien, el olvido es injusto, la omisión ofensiva si tenemos en cuenta la relevancia de los espías e investigadores privados en los asuntos políticos y económicos del país, de este país de recortable. Desde los gamones, espías domésticos que se criaron en los sótanos de la Comunidad de Madrid a los espías del florero de Método Tres, agentes, viceagentes, detectives, hackers, periodistas y aficionados al género pululan entre nosotros y proporcionan un gran caudal de información. Fotocopias, informes, cintas de audio y de vídeo, dossieres y contradossieres que se utilizan con profusión y desparpajo, saltan a las páginas y a las pantallas de los medios de comunicación y convulsionan, un poquito más, la vida pública española, espasmódica o letárgica según soplen los vientos.

En esta secuela de la guerra fría volvemos a estar en la zona templada. Tras la distensión que culminó con la caída del Muro de Berlín, aquella guerra, sucia y sorda, parecía haberse quedado encerrada definitivamente en el ámbito de las novelas y de las películas de espías. Los agentes secretos al servicio de Su Majestad están jubilados y sustituidos por expertos informáticos. Adiós a la épica, los espías de hoy, al menos una parte importante de ellos, no participan en persecuciones ni utilizan armas de fuego, no mueven el culo del asiento ni los ojos de la pantalla donde ocurre casi todo y todo deja su huella. Internet comenzó como un invento militar y pasó a la vida civil como un gran negocio con cientos de millones de clientes que pagan su peaje, pero ya se sabe que muchos de ellos saben encontrar un atajo , saltarse todas las señales de circulación de la red y desvelar todos los secretos. Los sistemas que nos espían a todos también pueden ser espiados y este efecto boomerang acaba dejando con las vergüenzas al aire a los mismos patronos del negocio. Un riesgo quizás no suficientemente valorado cuando por mero afán de lucro pusieron a un módico precio en el mercado una herramienta tecnológica que puede ser un arma de destrucción masiva, pero lo importante era y es la pasta, la seguridad de instituciones y empresas importa menos que el monto total del mejor negocio global de todos los tiempos. Aquí funciona la misma "ética" que manejan los grandes traficantes de armas ( y perdón por utilizar la palabra ética en este contexto) y los gobiernos implicados en ese infame comercio que es capaz de vender armas al enemigo a cambio de que sigan pagando las municiones y modernicen su arsenal en tiempo razonable.

Con un ordenador mediano y un teléfono móvil de última generación cualquier chaval puede convertirse en un peligroso hacker para acabar quizás enrolado con un buen sueldo en las filas del enemigo combatiendo a sus antiguos compañeros de armas. Los más jóvenes son los más preparados, la vanguardia de las nuevas guerras informáticas y a veces parecen ser presas fáciles atraídas por el cebo del dinero o convencidas de servir a una causa presuntamente noble y patriótica. Pero son jóvenes, pueden y suelen cambiar, como el soldado Manning o el ciudadano Snowden. Como escribió Bertolt Brecht. "-General, el hombre es muy útil, puede volar, puede matar, general, pero tiene un defecto, puede pensar, puede pensar-".

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