Cabeza de ratón

Carita de ministro

"Este niño tiene cara de ministro", dijo el abuelo cuando su nieto empezaba a gatear por los suelos. Decían que había nacido con los ojos de su madre, la nariz de su padre y la boca de su tío abuelo Augusto.

El niño no tenía nada suyo pero poco a poco fue incorporando aquel aire ministerial, un halo invisible y difícil de definir que imprimía en su rostro y en sus gestos una gravedad impropia para su edad. El niño empezó  a cultivar muy pronto una expresión de estar siempre al cabo de la calle. Aunque la mayor parte de las veces no tenía la menor idea de por dónde venían los tiros, solía mirar a los ojos de su interlocutor y mascullaba algo ininteligible que podía traducirse como "si yo te contara", y luego, tras palmear cordialmente la espalda del compañero, se dirigía a otro corrillo del patio del colegio para seguir socializando sin exponer nunca una opinión propia que pudiera molestar a alguien.

Para muchas familias de bien, lo de tener un hijo con cara de ministro hubiera sido una tragedia pero  no para la de nuestro niño que ya tenía algunos precedentes, como el bisabuelo Alberto que había sido ministro de Marina aunque en realidad era boticario en un pueblo de Burgos y se mareaba hasta en los caballitos del tiovivo. En el colegio nunca estuvo ni entre los últimos ni entre los primeros de la clase, se ubicó en un discreto puesto intermedio y aprendió a mirar fijamente al profesor, cabeceando de vez en cuando en señal de aprobación.

A los diez años fue elegido a dedo, lo que llegaría a ser habitual en su trayectoria, para ser secretario de la clase, puesto que mantuvo hasta quinto de bachillerato cuando el procedimiento de elección se hizo más democrático y Pérez Domínguez, que tenía mucha labia, le ganó por dos votos tránsfugas de compañeros que habían aceptado sus pequeños regalos durante la campaña electoral. Una experiencia que le prepararía para los avatares de su futura vida política.

Durante su etapa escolar fue acusado en varias ocasiones de copiar en los exámenes y de obsequiar pródigamente a los profesores , cohecho impropio, pero siempre fue absuelto por falta de pruebas, aunque una vez estuvo a punto de delatarse. El niño solía aparecer muchos lunes en clase con media docena de perdices que presuntamente había abatido su padre el domingo en su coto familiar, pero un día cometió un fallo imperdonable y el profesor, tras recibir el óbolo, comentó irónicamente: "Si tu padre cazó esto ayer, es cazador furtivo porque la veda de la perdiz comenzó la semana pasada".

"Vale, parece que este niño va a ser ministro. ¿Pero ministro de qué?", preguntó un día la tía Rosario que no se enteraba de nada. "Qué más da, de cualquier cosa, un ministro puede ser ministro de cualquier cosa, acuérdate del abuelo Alberto". El niño nunca fue ministro de marina, el niño comenzó su militancia política en un partido centrista, en el gobierno entonces, una heterogénea coalición de circunstancias que era, sobre todo, un excelente observatorio para mirar a derechas o izquierdas y ver donde ubicarse en el futuro. El niño eligió la derecha para seguir la tradición familiar y porque su hermana Chuchi acababa de casarse con un abogado del PSOE y la familia ya tenía cubierto el puesto. Al niño le hicieron Ministro de Cultura, aunque también se mareaba cuando tenía que leer un libro entero. Me han dicho que ahora se postula para ser ministro de Agricultura para que no le den mareos y sobre todo para echar una mano a los negocios de la familia, que tiene olivares en la provincia de Jaén.

Esta biografía es ficticia pero hoy la ficción y la realidad se entrecruzan a menudo. Con sus ingredientes se podría confeccionar como un puzle o una criatura de Frankestein, un prototipo de nuestro gobierno de monstruos primigenios.

Más Noticias