Cabeza de ratón

Quédense con la Botella pero devuelvan el casco

"Vuelvo a Madrid y no conozco El Prado/ y no lo desconozco por olvido/ sino porque me consta que es pisado/ por muchos que debiera ser pacido". Estos versos del Conde de Villamediana suelen volverme a la memoria por estas fechas que marcan el retorno a los pastos cotidianos. Vuelvo a Madrid y a primera vista me complace ver que los paseantes caminan otra vez con la cabeza alta y la mirada en el cielo. Cuando dejé la capital marchaban mis conciudadanos con la cabeza baja, los ojos en el suelo para esquivar tanta inmundicia. No es que hayan limpiado la ciudad, incluso se diría que han puesto un especial empeño en mancillarla por encima de sus posibilidades. Tampoco es que esa ola de optimismo, que contra viento y marea tratan de inocularnos nuestros impávidos gobernantes, haya calado en la ciudadanía. Ni siquiera se trata de una sensación de alivio temporal por la huída de Ana Botella o por la comparecencia de Esperanza Aguirre, delincuente sexagenaria, insumisa y contumaz. Ni por la dimisión del ex alcalde de Madrid de sus responsabilidades ministeriales. Cierto es que para muchos madrileños son buenas noticias, pero no para tanto. Si los madrileños dirigen ahora sus miradas hacia lo alto es porque, como los irreductibles galos de Asterix, temen que el cielo de desplome sobre sus cabezas. El otoño que marca la caída de la hoja ha venido precedido este año por el derrumbe de ramas y árboles enteros. Una huelga de  ramas caídas  acometida por el arbolado madrileño como un presagio apocalíptico. Este año, un plácido paseo otoñal por las frondas del Parque del Retiro puede convertirse en un deporte de riesgo. Pero no hay que olvidarse de mirar al suelo donde las hojas muertas de los árboles forman sobre el asfalto y las aceras peligrosas pistas de patinaje.

Curados de espantos, los madrileños han aprendido a sobrevivir en el aire viciado y emponzoñado. Embotellado por una alcaldesa especialmente interesada por el medio ambiente, sin que ni el medio ambiente ni la ciudadanía hayamos hecho nada para merecernos tal dedicación. De haberlos conocido, Ana Botella habría sido una seguidora entusiasta de aquellos físicos madrileños del siglo XVI que defendían que el aire de Madrid era tan sutil que no podría respirarse a pleno pulmón sin pasar por el filtro de sus basuras y sus vertidos que se acumulaban en sus calles formando estratos geológicos. Anuncian que en Madrid puede convocarse otra huelga de basuras y esta vez Ana Botella no tendrá que ensuciar los bajos de su abrigo de pieles nada ecológicas en visita de inspección. La compañía hasta ahora adjudicataria de la recogida de basuras y de la limpieza urbana lleva prestando servicios a la ciudad desde 1940, leo en alguna parte, sus posibles competidoras son también grandes empresas de toda confianza, de esas que se dedican a la construcción y a la demolición, a la urbanización, a la especulación y a cualquier otra actividad lucrativa, y las basuras de Madrid son lucrativas para todos menos para los que las trabajan.

¿Huelga de basuras en Madrid? ¿Pero no estaban ya de huelga? Así hablaba un turista francés en Malasaña, entre los contenedores abarrotados, las papeleras desbordadas y los suelos tapizados de desperdicios de todos los colores, formas y texturas. Todo un tesoro para los profesionales de un negocio en el que destacan: en Estados Unidos la familia Soprano, en Italia La Camorra y en España, las hermanas Koplowitz  y los hermanos Pujol.

En este agosto, un mes en el que no suele pasar nada, han pasado en Madrid muchas cosas, casi todas menos una brigada de limpieza y desinfección, desratización y control de plagas. A lo mejos es que han comenzado a limpiar por las alturas. Quédense con la Botella pero devuélvannos el casco (al menos el histórico).

 

 

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