Multiplícate por cero

Bajo el volcán

En 1783, las erupciones del volcán Laki, en Islandia, provocaron una niebla seca que invadió el norte de Europa durante todo el verano; las temperaturas anormalmente bajas provocaron la pérdida de los cultivos y de la ganadería, dando lugar a una época de hambrunas que desembocó en la Revolución Francesa. En 1815, estalló súbitamente el Tambora en la isla indonesia de Sunbawa: hubo 100.000 muertos por la deflagración y los tsunamis posteriores; 240 kilómetros cúbicos de cenizas volcánicas cubrieron la atmósfera terrestre y taparon el sol durante meses, lo que pudo ser el inicio del cambio climático.

Por comparación, la erupción del volcán islandés Eyjafjalla ha sido irrelevante: nadie ha muerto (a lo mejor por las excesivas medidas de seguridad); se suspendieron 100.000 vuelos, lo que ha tenido un impacto negativo en la productividad europea de 1.500 millones de euros (el 0,012% del PIB conjunto de la UE, según los datos del Royal Bank of Scotland) y las compañías aéreas han perdido cientos de millones de euros en ingresos.

Y esta es la catástrofe que las ha impulsado –a través de la IATA– a pedir una compensación de 1.200 millones de euros a los estados para paliar las pérdidas. Pero el asunto es que, ya antes del Eyjafjalla, la industria de la aviación comercial estaba en crisis: más de 8.000 millones de euros de pérdidas en 2009 y en torno a 2.000 millones previstos para este año antes del volcán. De hecho, casi siempre está en crisis, desde hace décadas se han sucedido las quiebras, fusiones y reconversiones, sin que la aparición de beneficios empresariales haya sido algo estable.

Esta es una industria con una sobrecapacidad altísima: hay muchos más asientos disponibles que pasajeros volando, donde lo mejor que se puede esperar son beneficios marginales. Tiene que soportar, además, una presión fortísima de la industria de fabricantes para que renueven sus flotas –conste que estoy a favor de volar en aviones cuanto más nuevos mejor– y de la industria financiera, ya que no hay mayores préstamos e intereses a cobrar que los que se derivan de la compra de un avión comercial. Ha habido gobiernos capaces de sostener mediante subsidios constantes, contra viento y marea y por razones "patrióticas", a sus aerolíneas de bandera. Hace un año, en una conferencia internacional del sector, hasta su presidente, el italiano Giovanni Bisignani, dijo: "La industria está estructuralmente desequilibrada".

Es decir, tiene una terrible crisis sistémica, de modelo de negocio, que hasta ahora nadie ha sido capaz de arreglar a largo plazo. Cierto que la recesión mundial de 2008 y 2009 no ha ayudado, sino todo lo contrario, pero también ha habido logros en la búsqueda de eficiencias (por ejemplo, el ahorro logrado con la tramitación electrónica de los billetes y una mejor gestión del equipaje es muy superior a la pérdida de ingresos por el Eyjafjalla). Pero no tiene lógica volver a enterrar dinero público en otro sector que no sabe cómo salir de su propio volcán hecho cenizas.

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