Multiplícate por cero

El secreto bancario goza de buena salud

Alguna vez Eliot Ness y sus intocables consiguen capturar a un mafioso evasor de impuestos y meterlo en la cárcel. En muchas ocasiones es la actuación de un ex cónyuge, un empleado o un socio rebotado la que permite a Hacienda conseguir los datos que sacan a la luz el fraude. Eso ha ocurrido con la lista de los ricos clientes que tenían cuentas secretas en Suiza en la filial del HSBC Private Bank. Ahora empiezan a pagar parte de lo defraudado: 260 millones de euros en España, 1.000 millones de euros en Francia; es decir, un poco por aquí y otro poco por allá. Los británicos, siempre tan pragmáticos, incluso han aceptado cerrar los ojos y no saber quién tiene cuentas en Suiza a cambio de que le paguen una tasa.

El dinero ingresado por la Hacienda española –y defraudado antes– hubiera servido para no tener que reducir las ayudas a la vivienda (270 millones menos en 2011) o las ayudas a la dependencia (83 millones menos).
Acabar con los paraísos fiscales fue una de las banderas del G-20 en lo más álgido de la crisis. Pero los avances han sido escasos. Si Suiza puede llegar a plantear un referéndum para decidir si colabora con España y Andorra mantiene el secreto bancario –sólo acepta dar información a requerimientos individuales si se le muestran indicios de fraude fiscal– ¿qué vamos a esperar de otros paraísos?

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