Multiplícate por cero

Somos unos románticos

Lord Byron era un tipo atormentado, o sea, un romántico. En 1816, en su poema Darkness (oscuridad), escribía: "Yo tuve un sueño, que no era un sueño. El luminoso Sol se había extinguido y las estrellas vagaban sin rumbo...". Lord Byron reflejaba el fenómeno que inexplicablemente estaba ocurriendo sobre el cielo de todo el mundo: una penumbra sepulcral impedía ver el Sol, incluso en los días sin nubes. No hubo primavera, ni el verano calentó a nadie. Artistas plásticos como Turner expresaron puestas de Sol de colores oscuros e inverosímiles... A 1816 se le conoce en la historia como el año sin verano. No crecieron cultivos en ningún sitio. En países como Irlanda, una hambruna y una epidemia de tifus mataron a 65.000 personas. En la Nueva Inglaterra norteamericana, ese año fue bautizado como Mil Ochocientos Hielo y Muerte...

¿Qué es lo que no sabían Lord Byron ni el resto de ciudadanos de Occidente? Que varios meses antes, en abril de 1815 y en la remota isla indonesia de Sunbawa, un volcán llamado Tambora había estallado súbitamente, matando a casi 100.000 personas en la explosión y en los tsunamis posteriores. Fue la mayor deflagración volcánica de los últimos 10.000 años, equivalente a 60.000 bombas atómicas como la de Hiroshima. Pero las noticias entonces viajaban muy despacio. The Times publicó, siete meses después, una carta de un comerciante donde se hablaba de la catástrofe. La ceniza humeante, el polvo y arenilla resultantes de la erupción ya cubrían toda la atmósfera terrestre y tapaban el Sol. Eran 240 kilómetros cúbicos de sudario flotante.

Nosotros, los europeos, somos ahora unos tipos atormentados, es decir, unos románticos. En 2007, las subprime americanas, las hipotecas basura de alto riesgo, tan remotas para nosotros como Tambora en 1816, han estallado de repente. Grandes bancos y poderosas instituciones económicas mundiales parecen haber sido muy dañadas por la explosión y los tsunamis posteriores. Una gran nube de impagos y dinero volatilizado cubre nuestro cielo como ceniza volcánica. La melancolía se ha adueñado de los análisis económicos.

Las previsiones para el empleo, el crecimiento y la inversión están en permanente puesta de Sol y hasta gurús tan respetados como The Economist profetizan el desastre: "Quien diga que lo peor está definitivamente superado, o es tonto o es alguien con una posición que proteger".

Yo, que no tengo posición que proteger pero quizá sea definitivamente tonta, soy más sentimental que romántica. La economía, al contrario de lo que piensan los nuevos románticos, no es sólo cosa de números y fríos porcentajes. La economía es, sobre todo, un sentimiento (de confianza especialmente). Detrás de las cifras macroeconómicas, de las estadísticas y de las cuotas de mercado, lo que hay son personas. Personas que actúan en función de sus expectativas y de la confianza que tengan en el futuro. Lo que quiero decir es que es posible que la crisis pudiera ser breve pero la vamos a convertir en un tremendo Tambora a fuerza de pesimismo y melancolía.

Si un trabajador cree que peligra su puesto de trabajo, no se embarcará en la compra de una casa; si un empresario piensa que no va a poder incrementar sus ventas porque el consumo se va a parar, no contratará nuevos trabajadores ni invertirá en maquinaria nueva; si un empleado en una tienda de muebles oye que no se van a seguir vendiendo pisos, no se atreverá a montar su propia tienda porque no habrá negocio.

Pedro y el lobo

¿Es Pedro y el lobo un cuento romántico? Probablemente sí, aunque su origen fuera una petición de Stalin al compositor ruso Sergei Prokófiev en 1936. Si Pedro está todo el santo día avisando una y otra vez de que viene el lobo, acabará llegando de verdad y entonces sí que se comerá las ovejas. Y la pregunta es... ¿sabemos si el lobo quería venir? ¿No habrá sido el propio Pedro, el agorero, quien ha acabado por hacerle venir, a fuerza de llamarle? Y no nuestro Pedro, Solbes, que está demostrando tener muy poco romanticismo trágico, sino otros muchos pedros, como Alan Greenspan, hoy gran llamador de lobos, que cuando dirigía la Reserva Federal de Estados Unidos creía que los problemas se resolvían bajando los tipos de interés y, desde que lo ha dejado, no para de amonestar respecto a la recesión que viene en Estados Unidos –y que podría contagiar a Europa–.

Con los datos de la economía española en la mano, lo único que se confirma es una desaceleración del crecimiento. España lleva 14 años creciendo ininterrumpidamente y las previsiones del Gobierno para los próximos tres años son que se crecerá en torno al 3% (3,1%, 3% y 3,2%, respectivamente). Crecer al 3% (o al 2,7% que es la previsión, más pesimista, de la OCDE y del FMI), supone un reconocimiento de que no vamos a vivir en el mejor de los mundos, pero tampoco en el peor. A la economía, como a la vida, hay que echarle más valor que estadísticas. Y dejarse de lobos. Pero eso, quizá, suena más sentimental que romántico.

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