Multiplícate por cero

Unos dirigentes platónicos

José María Fidalgo, secretario general de Comisiones Obreras, es platónico. Jordi Jané, diputado de CiU, también. Lo mismo que Pedro Solbes, vicepresidente del Gobierno y ministro de Economía y Hacienda.
En general, la mayoría de los políticos, empresarios y otras gentes con mucho poder, son platónicos. Platón, discípulo de Sócrates y maestro de Aristóteles, los tres padres del pensamiento filosófico griego sobre el que se asienta la sociedad occidental moderna, despreciaba la democracia porque significaba el poder de la mayoría ignorante. Para él, nacido en una familia aristocrática en la Atenas del siglo IV a.C., la superioridad de su clase sobre las demás era indiscutible. Y era hereditaria, gracias a la Areté, la Virtud. Dos mil cuatrocientos años después, parece que la influencia platónica sobre el mundo de hoy no mengua. Los políticos, y algún sindicalista, no sólo son platónicos, sino virtuosos.

Platón quería un Estado gobernado por filósofos, por intelectuales maduros que poseyeran el Saber. A su juicio, la política debía confiarse sólo a gentes preparadas. Y era un tipo radical: llamaba "teatrocracia" a la democracia, porque creía que era un régimen que coronaba la "insolencia, la indisciplina, el desenfreno y el impudor", en el cual la mayoría ignorante determinaba las reglas del juego. En la España de hoy, el mismo Platón no podría decir lo mismo sin ser acusado de intolerante y cosas peores. Quizá de paternalista, en el mejor de los casos. Ese paternalismo de Platón está presente en muchas de las actitudes de dirigentes de todos los ámbitos.

Los nuevos platónicos no lo dicen como lo decía Platón, pero actúan de modo tan protector y elitista como él proponía.
Desde hace meses, agentes sociales (sindicatos y patronal) se reúnen con el Gobierno en la Mesa del Diálogo Social para acordar medidas laborales y económicas que afectarán a nuestro trabajo y a nuestra vida. La mayoría de esas reuniones se ha pretendido mantener de forma "discreta", aduciendo que son "técnicas": palabra mágica según la cual los ciudadanos corrientes no reúnen el conocimiento necesario para entenderlas.

Incluso, para Fidalgo, hay reflexiones que deben mantenerse ocultas: "Prefiero que determinadas argumentaciones no se realicen ante la opinión pública. A mí nadie me ha oído hablar de beneficios empresariales, de cómo funcionó la rebaja del Impuesto sobre Sociedades, porque no toca. Sólo faltaría que en este momento, en el que la gente está como está, se le calentara la cabeza". Lo dijo en ABC. Fidalgo debería estar tranquilo, la gente se calienta sola. Al revés: un debate público, razonado y razonable, es el antídoto ideal para calentamientos de cabeza.

Pero Platón se ha estudiado en otros lugares. Hace tres días, el diputado convergente Jordi Jané planteó en el Congreso una fórmula para eliminar las filtraciones de la Mesa de Portavoces. La forma es lo de menos, el fondo es lo importante: se trata de evitar que la opinión pública conozca, de manera no controlada por los diputados platónicos, lo que se habla o discute en el órgano de gobierno interno del Congreso. Incluso un diputado socialista llegó a decir que todo lo que hiciera "más cómodo" el trabajo de los miembros de la Mesa sería "bien recibido". ¡Acabáramos, se trata de la comodidad, no de
opacidad!...

Tal vez también este afán de que los ciudadanos vivamos sin sobresaltos es el motivo por el cual el Gobierno remolonea a la hora de decidir cómo va a explicar públicamente la aplicación concreta de las medidas contra la crisis. Le costó aceptarlo con el fondo de liquidez para la banca –hasta 50.000 millones, cuyos beneficiarios se conocerán cuatro meses después de recibir el dinero– y ahora se repite con los 8.000 millones de euros para los ayuntamientos y sus obras públicas. El Gobierno "estudiará" cómo da cuenta de su evolución. No hará falta recurrir a los griegos para ello; es fácil: quién, cuánto, para qué, resultados...
Por favor, en los tiempos actuales, líbranos de Platón.

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