Multiplícate por cero

Las huelgas de los demás

La primera huelga de la historia la hicieron los obreros y artesanos egipcios que construían la tumba del faraón Ramsés III, en 1166 aC. "Tenemos hambre, han pasado 18 días de este mes... hemos venido aquí empujados por el hambre y por la sed; no tenemos vestidos, ni grasa, ni pescado, ni legumbres... Que nos den nuestro sustento". Era lo que clamaban aquellos trabajadores, según se lee en el Papiro de la Huelga, hecho por el escriba Amennakhte. La causa fue el retraso de una paga, distraída por el gobernador de Tebas Oeste, consistente en diez hogazas de pan al día por trabajador. Marcharon en protesta hacia los templos y ocuparon el de Tutmosis III durante todo un día y una noche.

Desde entonces, la humanidad ha desarrollado enormemente la industria de la huelga. Hemos tenido miles de años, en decenas de culturas distintas, para perfeccionarla. Gracias a esta sofisticación, hoy en día las huelgas pueden ser herramientas de presión laboral contra el empresario, métodos de acción política contra decisiones del orden establecido, movilizaciones de masas a favor de nuevos planteamientos sociales globales... Las hay de todas clases: sectoriales, raciales, sexuales, callejeras... y de intensidad variada: pacíficas, violentas, suicidas... Debido a esta evolución, el sustantivo "huelga" se ha desvirtuado por completo en nuestros tiempos.

Es chocante que se pueda aplicar el mismo término para definir aquellos movimientos en, por ejemplo, la minería asturiana contra una sobreexplotación laboral inhumana histórica, con las reivindicaciones de los guionistas de Hollywood
o de otro colectivo muy corporativo también –los pilotos– a favor de forrarse un poco más.

Sea como fuere, las huelgas hoy en día son tantas y tan difíciles de valorar –si son justas o injustas, razonables o no–, que podrían someterse a votación democrática cuando su puesta en práctica afecte al común de los mortales.
Así, si el resultado de la aplicación del sistema democrático es que una huelga no es justa, que el huelguista utilice otro método para reivindicarle al faraón.

Si yo fuera una trabajadora de Nissan –inmersa en un expediente de regulación de empleo–, no

hay duda de que el resto de trabajadores del país compartirían conmigo la justicia de mi huelga, si la hiciera. Pero si fuera ejecutivo o accionista de Nissan, consideraría totalmente justificada la reestructuración por el desplome
de las ventas. Como hay más trabajadores comunes que ejecutivos y accionistas, la huelga en Nissan se declara justa.
Si yo fuera piloto de Iberia, vería totalmente justas las más de veinte huelgas que habría hecho en los últimos años, y encontraría cientos de justificaciones (la compañía planifica más vuelos de los que sería razonable, la fusión con British quizá me recorte el salario, el faraón pasa de renovar las condiciones de mi fabuloso convenio)... Como soy una ciudadana corriente, y puedo resultar perjudicada por el caos del transporte aéreo, creo que las huelgas que periódicamente hacen los pilotos –u otras medidas de presión– no son razonables. Y resulta enervante este conflicto recurrente. Llevan camino de superar al colectivo que durante más años –de forma interrumpida también– mantuvo una huelga: los ayudantes de peluquería de Copenhague, que durante 33 años (entre 1928 y 1961) expresaron sus desacuerdos con la patronal. Así que, por el sistema democrático, las huelgas de pilotos o de controladores aéreos se declararían injustas.

Pura envidia

Aunque, en realidad, la antipatía que nos causan los pilotos es producto de la envidia. Envidia de no lograr el mismo impacto con nuestras huelgas, envidia de no tener al país en vilo con la salida de los aviones, envidia de no lograr el mismo impacto mediático. Porque ellos hacen huelga por una sencilla razón: porque pueden. Tienen una ventaja sobre todos los demás: sus acciones de presión son efectivas porque dañan, mientras que las huelgas de los demás no pasan de ser un pellizquito.
Así que, con el fin de que sean mejor aceptados socialmente, le propongo al Sepla (el sindicato de pilotos de Iberia) que hagan huelgas solidarias: que van a despedir a los trabajadores de Nissan, los pilotos se ponen en huelga con una pancarta a favor de los despedidos del automóvil; que los de los astilleros ven peligrar sus salarios, los pilotos acuden al rescate.
Y es que, en el fondo, todos queremos a los pilotos de Iberia en nuestros comités de empresa.

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