Mundo Rural s.XXI

MI PUEBLO, MI HOGAR

Marta de Santos Loriente.      Alcaldesa de Murillo de Gállego (Zaragoza)

 

Después de muchos años he conseguido que mis convecinos no me llamen los domingos a las ocho de la mañana para pedirme que les solucione algún problema. Me llamo Marta de Santos y soy profesora de dibujo (y plástica). Tengo marido y dos hijas y, a veces muy a su pesar, soy alcaldesa de un pueblo de 190 habitantes. Ser Alcaldesa de Pueblo no supone ninguna bicoca, no implica ese glamour que la gente cree. Yo suelo resumirlo diciendo que es una forma de "voluntariado social". Ser alcaldesa es abrir la puerta en pijama y zapatillas a cualquier vecino cuando necesitan de tu ayuda; es barrer la sala de reuniones para que las señoras mayores hagan gimnasia; es cambiar las bombillas del alumbrado público; es tener reuniones con la Diputación, Comarca y el Gobierno de Aragón y también lidiar cuando un perro ha chafado las lechugas de un vecino; es una dedicación completa de 24 horas al día, en dónde la jornada laboral, o la separación de espacios con la vida privada, ni está ni se espera. Para la cual, además, no existe formación y todo son exigencias.  Sinceramente, no veo a Belloch, a Barberá o a Ana Botella, con la legaña pegada y en pijama, a las cinco de la mañana yendo a comprobar que funciona la bomba del agua.

Entonces, ¿por qué ser alcaldesa? Pues sí, desafiando la lógica y los consejos de mi familia me presenté a los comicios locales. Cuando a los 24 años me planteaba dónde asentar mi proyecto de vida, dónde comprarme mi casa o hacer mi taller de restauradora... decidí irme a mi pueblo. Vivo en el pueblo más bonito del mundo y me encanta. Un sitio tranquilo, en un paraje espectacular, donde tus hijos pueden disfrutar constantemente del aire libre y de otra forma de vivir.  Pero era un pueblo amenazado de muerte. Desde que decidieron que al Pirineo se subía por Montrepós, (o desde que un político marcó un trazado diferente para la carretera que en su momento fue Nacional, mi pueblo dejó de estar en el lugar adecuado...), mi pueblo moría. Todo había cambiado, se vaciaba a ritmo vertiginoso, a la par que se agrandaba un agujero económico a base de inversiones sin lógica. El poco dinero que había, y lo que no tenían, se había utilizado mal. Parecían querer demostrar que se puede revitalizar un pueblo a base de hormigón. Y mientras tanto, estaba falto de servicios. No sólo para las nuevas generaciones, sino también para toda esa población envejecida que todavía resiste en sus hogares, y que necesita atenciones y cuidados en su última etapa de la vida.

Un pueblo que, por otro lado, tenía gancho. A pesar de estar amenazado por un pantano, tenía la capacidad de incentivar y atraer a jóvenes emprendedores que querían montar su empresa en el medio rural y, con ello, revitalizar la vida de una zona cada vez más despoblada. De pronto, los jóvenes sentimos la necesidad de abrir las ventanas del consistorio e inundarlo de aire fresco, de tomar las riendas  de nuestro futuro. Y ahí nos metimos. Al Ayuntamiento.

Y es que cuando partidos como el PP o Cs proponen la fusión de ayuntamientos de los pequeños municipios, en realidad no están haciendo otra cosa que apostar por la muerte agónica de nuestras áreas rurales, ya de por sí maltrechas. Y lo peor es que, para justificar este tipo de política territorial y administrativa (que Europa y los expertos en Desarrollo Territorial denuncian como inviable y perjudicial para las áreas más despobladas), argumentan que mantener tanto pequeño ayuntamiento supone mucho gasto "político". Absolutamente falso. La realidad es que, a pesar de tener derecho a percibir un sueldo mínimo que cubra parte de la dedicación del alcalde a la gestión de su municipio, según la Ley 27/2013, de 27 de diciembre, de racionalización y sostenibilidad de la Administración Local, es que muchos alcaldes y concejales de municipios por debajo de 1000 habitantes suelen renunciar a él. Y eso que no disponen de personal a sueldo para cubrir todas las funciones pertinentes de su municipio, salvo la figura del Secretario Interventor o el Alguacil. No tenemos técnicos ni delegados ni asesores...y no cobramos.

Además, hay que remarcar que las entidades locales que afectan a poca población no tienen endeudamiento público.  Claro que hay pequeñas y deshonrosas excepciones debidas a personas que se acogen al cargo para sacar beneficio personal, pero son excepciones. Los políticos corruptos no los encontrarás en pueblos pequeños. Se esconden detrás de los alcaldes de pueblo. La explicación es sencilla, un ayuntamiento pequeño no dispone de un presupuesto inicial significativo. El dinero le llega de Planes de Inversión que envía el Gobierno de España a través de las Diputaciones Provinciales, órganos sin competencias que se quedan por lo menos un 15% de este presupuesto por gestión administrativa. Estos Planes de Inversión son partidas presupuestarias normalmente destinadas a necesidades concretas y varían imprevisiblemente. Pondremos un ejemplo. Si acabas de cambiar todas las bombillas fundidas de tu municipio y no necesitas otras nuevas pero la Diputación Provincial saca una partida ese año para bombillas, como alcalde temeroso de que esa partida no vuelva a repetirse y en un futuro tu ayuntamiento no tenga dinero para bombillas, tienes que solicitar adscribirte a ese Plan de Inversión. Aunque tengas los armarios del consistorio a reventar de bombillas durante una década, porque puede que en un futuro no tengas dinero para alumbrar tu pueblo.

Es decir, tenemos un órgano administrativo que maneja el dinero de los ayuntamientos, que se queda gran parte de ese dinero en calidad de intermediario, pero que no tiene la competencia para dar ningún servicio a los ciudadanos. Esto son las Diputaciones. Ahí si hay numerosos diputados, delegados, asesores y demás "políticos y amigos colocados ". Y sin embargo, en los ayuntamientos pequeños apenas hay presupuesto inicial que pueda ser destinado a sueldos o escondido en contabilidades complejas. Un ayuntamiento pequeño tiene poco personal y un funcionamiento más o menos sencillo. Además, la cercanía de trato entre los habitantes de un municipio pequeño, hace que todo el mundo pueda visualizar fácilmente cómo está repercutiendo en cada pueblo su política local. Por el contrario, cuanto más grande es una administración es más compleja, es más difícil saber qué hace cada uno y en que se emplea el dinero. El ciudadano pierde la capacidad de control de las finanzas públicas, y con ello, la capacidad de analizar objetivamente si se está administrando el dinero público de manera apropiada y dentro de la legalidad. Así, la deuda pública y la corrupción las encontraremos también en ayuntamientos grandes, donde la estructura económica, administrativa y de personal de es tan compleja y poco transparente para el ciudadano medio, siendo sumamente fácil maquillar las cuentas fraudulentas que se han hecho con el dinero del contribuyente.

La solución para la revitalización de las zonas rurales en continuo decrecimiento vegetativo pasa por dotar a los ayuntamientos de autonomía económica que les permita autogestionarse y destinar las partidas presupuestarias a dónde realmente son necesarias. Trabajo del Estado es definir las competencias de las entidades locales, para crear el marco que diga dónde, cómo y con qué objetivo se destina ese dinero, además de su férreo control. Y las Diputaciones Provinciales deberían ser órganos administrativos que dieran servicios directos a los ayuntamientos que por su escasa capacidad económica, no se pueden permitir. Sólo entonces, la ciudadanía dejará de percibir a las Diputaciones Provinciales como entes administrativos vacíos de funciones, en las que el dinero del Estado se diluye sin llegar nunca a su lugar de destino. La política local es la política más cercana al ciudadano, por ello es realmente importante preservarla, lo cual no entra en conflicto con la necesidad de que las cuentas municipales se controlen y auditen adecuadamente. Fusionar ayuntamientos, es perder identidad local, es perder contacto directo con la gente, es no conocer las necesidades de una población que viven en un medio cada día más hostil para su supervivencia.

Elegí ser alcaldesa porque creo en la política local, porque creo en la revitalización de las zonas rurales en riesgo de desaparición. Pero, además, porque tengo un trabajo estable que me lo permite. Es otro tema pero si los alcaldes no cobran, les dejamos la política exclusivamente a los jubilados o familias pudientes. Elegí ser alcaldesa porque mi pueblo es mi hogar, un hogar que amo, un hogar en el que quiero que mis hijas se desarrollen en un futuro si así lo desean, un hogar que comparto con mucha más gente que tiene los mismos derechos que otras personas que habitan en grandes núcleos de población.

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