O es pecado... o engorda

La dieta sabia

Nos acercamos al final de 2014 y no se cuántos os habeis enterado de que ha sido el "Año de la dieta mediterránea". Curiosamente la que fue nombrada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO en 2010 es casi más reivindicada fuera que dentro de nuestras fronteras. Y eso que aquí se supone que la practicamos desde la cuna y con toda naturalidad. Pero me temo que sólo se supone...

Ya ha pasado mucho tiempo –mediados del siglo XX- desde que el investigador Ancel Keys comparó las enfermedades cardiovasculares en Estados Unidos, Finlandia, Italia, Japón, Holanda, Yugoslavia y Grecia. El resultado mostró una menor incidencia en los países del sur respecto de los del norte que llevó a pensar que la dieta podía constituir un factor protector. Algo que se confirmaría en un macroestudio en la isla de Creta que duró 25 años y analizó a 13.000 habitantes: mayor longevidad, menor mortalidad cardiovascular y menos casos de cáncer.Dieta Mediterránea

Nacía así el concepto de Dieta Mediterránea y la famosa pirámide de mayor a menor consumo: cereales y legumbres en la base; frutas y verduras en el siguiente escalón; lácteos en el siguiente; pescados y carnes blancas en el siguiente; y fiambres y carnes rojas en la cúspide. Con la omnipresencia del aceite de oliva virgen en el centro de todo y el consumo moderado de vino. La dieta sabia han acabado llamándola. Porque corresponde también a un estilo de vida, favorecido por el clima meridional, que incluye los paseos, la socialización del acto de comer, las siestas... Lo que parece caracterizar una buena vida, vamos. Y que conste que no sólo es una apreciación subjetiva.

Ramón Estruch, el coordinador del mejor estudio que se ha realizado últimamente sobre el tema, el PREDIMED, cuenta una anécdota muy significativa. Un investigador japonés que trabajó como observador en su departamento analizaba las características nutricionales de las alcachofas. Y descubrió algo muy curioso: las alcachofas compradas en un mercado ecológico contenían un 30% más antioxidantes que las compradas en una gran superficie. ¿Qué demostraría esto? Que la dieta mediterránea está favorecida también por la inclusión de "alimentación de proximidad", tanto en el tiempo –productos de temporada- como en el espacio –productores cercanos-.

El doctor Estruch presentó las conclusiones de ese estudio en el Seminario de Dieta Mediterránea organizado por la Universidad de Córdoba. Y, la verdad, son muy positivas. Esta forma de alimentación y de vida, no sólo evita las enfermedades cardiovasculares –responsables del 40 % de la mortalidad-, sino que es capaz de reparar los daños previos e incluso de evitar que se expresen genes que nos predisponen a accidentes cardiacos o a la diabetes. Y sus efectos se notan a cualquier edad y casi desde el mismo momento en que la introducimos en el día a día.

Sin embargo, Ramón Estruch se mostró un poco defraudado. Primero, porque su estudio se había basado en 7.447 participantes a los que se les calificaba su compromiso con la dieta mediterránea y la media fue sólo de un 8,7 sobre 14. Es decir, en la zona de origen estamos perdiendo las buenas costumbres. Y también, por la poca repercusión que un estudio como el PREDIMED había tenido en nuestro país, como si ya estuviéramos de vuelta de todo. O como si hubiéramos olvidado cómo se hacen unas buenas lentejas, o  que vivimos en un país de olivares, o como si ya fuera exótico un bocadillo de sardinas.

Por suerte, la Dieta Mediterránea está en nuestro subconsciente y no nos va a costar nada recuperarla aunque haya que volver a aprenderla desde las escuelas. Y no se descarta incluso reiventarla para avanzar un poco más: derivar hacia los alimentos integrales, aumentar el consumo de pescado, rebajar un poco el de carne roja. Por suerte, esta dieta sabia la llevamos en los genes.

 

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