Otras miradas

La verdad, primera víctima del 155

Joan Lluís Bozzo

Actor y director de teatro, número 70 por Barcelona en la lista Junts per Catalunya

Joan Lluís Bozzo
Actor y director de teatro, número 70 por Barcelona en la lista Junts per Catalunya

En Catalunya hay un conflicto político, esto lo sabe todo el mundo y casi todo el mundo tiene una opinión sobre el mismo. El problema catalán ha pasado al primer plano de la actualidad nacional e internacional y numerosos medios de comunicación, políticos, intelectuales, profesionales y ciudadanos de a pie, asisten con sumo interés al desarrollo de la contienda entre un estado central consolidado y un país que quiere constituirse a sí mismo en virtud del derecho de autodeterminación de los pueblos.

La Declaración de los Derechos Humanos aprobada por la ONU y derivada de la declaración que en su día hicieron los representantes del pueblo francés en su revolución, dice bien a las claras que todos los seres humanos son iguales y que todos los pueblos tienen derecho a su autodeterminación. Ésta es una verdad absoluta. No se trata de una interpretación, ni de una manipulación: simplemente es así y en base a la verdad es como debemos imaginar y diseñar el futuro. No podemos ocultarlo porqué nuestros intereses así nos lo exigen. Respetemos, pues, esta primera verdad.

En nuestro país se enfrentan dos corrientes de pensamiento divergentes que pugnan por ganar la opinión de sus compatriotas y desarrollar cada una su propio proyecto político. La primera de ellas, la chispa que prende el conflicto, es la convicción de una parte muy importante del pueblo catalán que considera, después de decenios -siglos podríamos decir- de desencuentro e incomodidad con el Estado Español, que su futuro político, económico, social, cultural y convivencial, pasa por constituirse en república independiente del Reino de España. Después de décadas de movilizaciones resistenciales, que vienen ya de antes de Franco (la dictadura de Primo de Rivera es un claro antecedente), la idea de la independencia de Catalunya en forma de República Catalana ha calado muy hondo en el pensamiento y también el sentimiento de una parte muy considerable del pueblo catalán. Más de 2.200.000 personas acudieron a votar el pasado día 1 de octubre, en medio de condiciones físicamente peligrosas debido a los ataques completamente desproporcionados de los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado, que apalearon, hirieron y vejaron un número de votantes que rebasa el millar de personas. Otra verdad completa y redonda, completamente demostrable.

Posteriormente, en sucesivas manifestaciones de signo contrario al independentismo, ha habido en Catalunya ataques de manifestantes de ultra-derecha a personas y entidades. Peleas. Amenazas. Agresiones que han sido toleradas o permitidas por el estado. Un ejemplo: los elementos ultra-derechistas que agredieron al público asistente en un acto de Blanquerna, en Madrid, han sido eximidos de entrar en prisión por orden del Tribunal Constitucional, mientras que los consellers y los Jordis siguen en prisión sin juicio. Todo lo que digo es verdad. Pura verdad. Es información objetiva que puede contrastarse en múltiples documentos y hemerotecas.

Existe también una parte numerosa y completamente respetable de catalanes que piensan que su futuro debe continuar unido al futuro de España. Las fuerzas numéricas de ambos lados están bastante equiparadas y es por ello que se hace indispensable la celebración de una consulta popular que aclare con exactitud y tranquilidad cuáles y en qué número son los apoyos que cuentas ambas corrientes entre el pueblo catalán y se actúe en consecuencia a esa voluntad libremente expresada. Desde el catalanismo se ha afirmado una y otra vez que el resultado de las urnas será respetado aunque no sea favorable a sus aspiraciones. Por el otro lado se ha afirmado sin ningún tipo de rubor que si el resultado de las elecciones del 21-D no es favorable a sus intereses, se seguirá aplicando el artículo 155. O sea, se invalidará el resultado electoral. También eso es una verdad como un puño.

Pero es que, además, esta contienda electoral, este escrutinio de voluntades depositadas en las urnas, está completamente desequilibrada por el hecho de que la totalidad de los miembros del Govern de Catalunya se hallan en prisión preventiva -junto con los presidentes de dos asociaciones civiles pacíficas y convivenciales, Òmnium y Assemblea Nacional Catalana- y los demás miembros del Govern, con su President en frente, se encuentran en el exilio en Bruselas pendientes de una demanda de extradición. También esto que acabo de escribir es verdad. Verdad absoluta. Todo lo dicho puede comprobarse y demostrarse sin ningún tipo de duda.

Que cada cual opine lo que le parezca más oportuno a partir de la constatación y metabolización de esas verdades anunciadas. Pero no se puede admitir que, para conseguir sus fines políticos, los representantes políticos, mediáticos y sociales de las dos tendencias enfrentadas en Catalunya recurran a la mentira. La introducción de la mentira en el proceso político corrompe la limpieza del mismo y, al final, siempre acaba corrompiendo a sus autores. Por parte de las fuerzas partidarias de la soberanía propia, nunca se han dado falsos datos o mentiras declaradas para influir en el sentir y el pensar de sus compatriotas. El maltrato fiscal, en el que tanto se abundó al principio del Procés, y que fue vehementemente negado por el unionismo, es un hecho objetivamente probado y reconocido por los especialistas del tema, tanto que ha dejado de ser utilizado por sus adversarios que no lo consideran una argumento eficaz por una sola razón: porqué es cierto.

En política se practican muchas distorsiones de la verdad con el fin de ganar al adversario, ya lo sabemos. Para ello existen las opiniones que todo el mundo debería poder expresar libremente y sin ningún tipo de cortapisas como ya se viene haciendo en los países adelantados desde la Revolución Francesa. La opinión es libre. Pero la verdad debe permanecer siempre en su sitio: no vale mentir para ganar adeptos. No vale vender opinión con la etiqueta de verdad. Es dar gato por liebre.

Afirmaciones que se hacen a diario en los medios de comunicación españoles del tipo de las que continuamente repite, por ejemplo, Albert Rivera, líder de Ciudadanos, de que "en Catalunya hay que partirse la cara para hablar en castellano", o las afirmaciones de Albiol de que "TV3 no está conducida y guiada por gente normal", son completamente falsas. Falsas en todas sus dimensiones. Falsas desde un punto de vista objetivo que puede demostrarse con toda facilidad viniendo a nuestro país y expresándose en castellano en cualquier sitio. Si no me creen, pasen y vean. Rivera y Albiol, Inda y Jiménez-Losantos, saben que dicen mentiras, del mismo modo que Bush/Blair/Aznar lo sabían cuando denunciaron la existencia de armas de destrucción masiva en Irak; como lo sabían Acebes y Aznar cuando atribuyeron el atentado del 11-M a ETA. Estos líderes mundiales mintieron sin ninguna vergüenza pero prefieren articular su discurso partiendo de la mentira porqué creen, sin duda, que cualquier método es válido para conseguir sus objetivos.

Pero el pueblo siempre recuerda que una mentira es una mentira. Por fortuna.

Mentir es un acto muy humano que, a un cierto nivel, todos hemos practicado alguna vez: para exonerarnos de una culpa, para aparecer diferentes a como somos en realidad, para intentar ajustar la dura realidad a nuestros deseos, para negar algo que hemos dicho o hecho... Pero siempre que una persona miente, en el fondo está construyendo un homenaje a la verdad puesto que es consciente de que la está oprobiando y faltando y, por tanto, obrando mal con lo cual viene a reconocer implícitamente que la verdad es algo superior a la mentira. Decimos mentiras y ocultamos las verdades para obtener algún beneficio con ello, pero, hasta ahora, la conciencia de mentir nos ha remordido en nuestro interior y en cuanto hemos podido volver a ajustarnos a ella, hemos corrido a refugiarnos en su seno tranquilizador. La mentira nos hace conscientes de que la verdad es indestructible.

En los casos a los que aludo de las mentiras de Rivera y Albiol,  se les pueden añadir una larga lista de otros casos que podría enumerar: el "adoctrinamiento" en las escuelas catalanas (completamente falso), el supremacismo catalán frente a los inmigrantes (objetivamente falso desde cualquier estudio sociológico), la falta de solidaridad de unos ciudadanos que se consideran mejores (opinión carente por completo de fundamento). En la lucha del Estado Español por el respetable objetivo de salvaguardar la unidad de España, ha desaparecido la conciencia de mentira, el arrepentimiento o malestar que habitualmente provoca en quien la utiliza para beneficiarse. Las personas a las que aludo, y buena parte de sus partidarios, consideran la mentira como una simple arma más de su arsenal preparado para ganar la guerra total contra los catalanes que deseamos un futuro republicano e independiente para nuestro país.

Bien está que se opine con argumentos de todo tipo y apelaciones a los sentimientos más viscerales, pero respetemos todos la verdad que, en muchas ocasiones, queda muy lejos de la opinión. Respetemos la verdad aún cuando en nuestro caso concreto quede muy lejos de la ley; la verdad y la ley no siempre se dan la mano y es preciso que la segunda tienda siempre a sujetarse a la primera y no lo contrario. Aunque todo el mundo opine que la tierra es plana, la verdad es que es redonda y contra ello no valen opiniones, ni leyes, como amargamente supo Galileo. Y la aplicación del artículo 155 de la Constitución Española cuya redacción, en auténtica e innegable verdad acreditada por múltiples testimonios, se hizo bajo la supervisión del Ejército franquista que aprobó o rechazó todos y cada uno de sus artículos, no es más que un intento de cubrir la verdad con el manto de la ley. Una característica propia y típica de todas las dictaduras. Instaurar la mentira por decreto ley. Opinar desde la ley, una enorme equivocación.

En este mundo todos los ciudadanos nos debemos, por encima de rencillas, discrepancias y enemistades, a la verdad y cualquier intento de ocultarla o simplemente ignorarla, es un atentado al bien común y, irónicamente, a los propios principios honorables que con sus mentiras pretenden defender.

 

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