Recuerdo con cariño mis años en la Facultad de Periodismo. He tenido que desaprender prácticamente todo lo que me enseñaron entonces, pero entre aquellas paredes empecé a desarrollar mi capacidad crítica, a debatir, a cuestionar; me construí un marco teórico sobre el mundo que me abrió los ojos a realidades completamente ajenas a mí. Los primeros años de carrera crecí, a todos los niveles, acompañada de compañeros y compañeras que soñaban con cambiar el mundo, que creían en el periodismo y trabajaban duro para hacerse un hueco. Luego, con la Licenciatura debajo del brazo tuvimos que buscarnos la vida para encontrar el pan y la mayoría de las personas que compartieron conmigo aquellos años se hicieron un hueco en mundos completamente ajenos a la práctica periodística: comunicación corporativa, sexología e, incluso, arquitectura, bares de barrio, discotecas, fábricas, moda.
La aventura apasionante de contar historias duró poco para la mayoría. El sector de la comunicación es el segundo sector más afectado por la crisis económica después del ladrillo. Las consecuencias han sido devastadoras, la ciudadanía no valora el periodismo, no se compran periódicos ni revistas, la prensa se consume sin ninguna capacidad crítica, los medios mienten y la vida sigue su rumbo habitual. Resulta difícil creer firmemente en algo cuando cierran ante ti todas las puertas. El caso es que durante aquellos maravillosos años, de aprendizajes, debates, pitillos y cafés malísimos, la perspectiva feminista aún no estaba instalada en mi cerebro como lo está ahora. ¿La verdad? Menos mal. Creo que no podría haber soportado ser consciente de las situaciones que hoy reconozco fácilmente como actitudes machistas. Cada aprendizaje llega en el momento preciso.
Teníamos un profesor que tenía su despacho lleno de pósters de mujeres desnudas, que miraba con lascivia a muchas de mis compañeras y disimulaba sus actitudes sexistas entre una personalidad graciosa. Era el típico señor de apariencia bonachona, que hacía chistes machistas continuamente, pero que parecía inofensivo. Entonces yo no sabía que en la Universidad había gente dedicada a trabajar por la igualdad de género ni que era posible tratar de frenar aquel despropósito, pero el caso es que nadie denunció a aquel profesor, ya jubilado, que en una Universidad pública recibía a su alumnado en un despacho lleno de imágenes que promueven la violencia simbólica y, en última instancia, la violencia sexual contra las mujeres.
Recuerdo otras muchas anécdotas de ese estilo y cómo comentábamos entre muchas de nosotras que aquel otro profesor era una baboso, sin herramientas ni mecanismos para hacer frente, perdidas y atrapadas en una institución, la universidad, en la que desde luego creíamos que encontraríamos otra cosa. Pero no, la universidad es un reflejo del mundo: tráfico de influencias, manipulación, juegos de poder y, por supuesto, machismo.
Hace unos meses, exactamente el 25 de noviembre, la Universidad de Granada estaba llevando a cabo un homenaje a las mujeres asesinadas por la violencia machista cuando un grupo de estudiantes irrumpió en el acto para denunciar el acoso que muchas de ellas había sufrido. La Universidad de Granada es, de las universidades públicas, la que más veces ha activado el protocolo contra el acoso. A pesar de lo que pueda parecer, es una buena noticia. Eso significa, que muchas de las mujeres que forman parte la comunidad universitaria conocen de la existencia del mismo y eso, aunque parezca evidente, no es lo más habitual. Este protocolo se ha activado en 65 ocasiones.
A raíz de la acción del movimiento feminista en la Universidad de Granada, en Pikara decidimos meterle mano al tema. ¿Qué pasa en las universidades públicas? Más de la mitad registran casos de acoso. Los datos a los que han podido acceder mis compañeros Yuly Jara y Miguel Egea los cifran exactamente en 236: acoso sexual y laboral, discriminación y agresiones sexuales, que afectan a mujeres de toda la comunidad universitaria sin distinción. Las cifras, claro, solo recogen los casos que se han denunciado, pero mis compañeras aluden a un estudio, de 2014, en el que se asegura que el 24% de las estudiantes denuncian haber sufrido acoso sexual en el ámbito universitario. En una entrevista a Laura Llevadot, profesora de Filosofía Contemporánea en la Universidad de Barcelona e investigadora en la Universidad de París, ella explica con claridad lo difícil que resulta denunciar estas situaciones en el ámbito académico, así que cito literalmente. "De un lado está el contexto laboral. La universidad se sostiene sobre un precariado de becarios en formación y profesores asociados y asociadas que cobran entre 300 y 400 euros al mes. Nadie tiene muy claro su futuro, hay mucha incertidumbre acerca del qué será de mí mañana y en esta situación de clara explotación las mujeres llevan las de perder. Supongo que se hace como si nada hubiera pasado y elegantemente se aprende a evitar al probable acosador. Difícilmente un esclavo denuncia a su amo. Pero por otra parte hay un contexto social claramente machista con el que toda mujer debe aprender a lidiar y que fomenta y naturaliza este tipo de situaciones".
Las reacciones ante la denuncia del acoso en la universidad no se han hecho esperar. Algunos de los centros que no respondieron en su día se han revuelto en Twitter aportando excusas peregrinas y mostrándose ahora dispuestas a colaborar. Alumnas de diferentes facultades, en las que no aparecen casos registrados, nos han escrito para contarnos sus historias y aportar datos. Hemos levantado una alfombra en la que hemos encontrado de todo menos el título del máster de Cifuentes.
Comentarios
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