Otras miradas

Texto adulto de dolor adulto

Cristina Fallarás

Periodista

Delante del espejo del baño, recién púber, ensayas tu cara feroz, grrr, doy miedo, estoy furiosa, cuatro angelitos tiene mi cama. Double penetration is never enough. Afuera, en el bosque, el lobo huele tu sangre, roja la sangre, a la mierda la caperuza.

El juez llega a casa y atiza a su mujer. El policía le mete un billete en la boca a la puta, regresa a casa y manda a su mujer a por coñac. La niña llega a casa y dice "mamá, quiero llevar shorts debajo de la falda". La madre finge no entender, "¿qué son shorts? ¿qué son shorts?". "Shorts, mamá, para que cuando me levantan la falda, para las bragas, todas las niñas los llevan".

Cuando Adán comió la manzana de Eva, se sintió sacudido por tal orgasmo telúrico que jamás le perdonó la certeza de que no volvería a repetirse. Cuatro angelitos never enough, todos los ríos son de leche, todas las putas, magdalenas, ay de la madre que sangre.

Esas guarras, esas guarras, esas guarras...El juez coloca el Ipad sobre el atril instalado en la cama a tal efecto. Junto a él duerme su esposa; "esta vez no ronca", piensa. El juez sabe lo que busca, navegación privada, play y un grupo de seis tipos se la menean, seis gruesos penes hinchados, al unísono. Hay algo de brutal represión en ese acto homo-erótico. Y en el del juez, seis angelitos. No se tocarán si no a través del contacto con diversos orificios de la joven que yace en el suelo. O en el momento en el que todos sus fluidos confluyan, fluye leche, flu flu flu, en todos los ríos. Oh my darling, double penetration is never enough. Tres los orificios, dos las manos. El juez no empieza a masturbarse efectivamente hasta que tres de los tipos penetran ano, boca y vagina de la muchacha. Ayudándose de las manos, masturba sendas pollas. Un sexto hombre, never enough, lo graba todo con un móvil que sostiene con la izquierda. Con la derecha se toca en el momento del clímax, que sacude a los seis actores al unísono, y al juez, manzana never enough. Este último apunta su pene hacia el rostro de la esposa que, dormida, recibe su dosis elemental.

La niña llega del cole. La madre recuerda al verla cómo, cuando el ginecólogo le anunció que sería una niña, ella lloró. En la discoteca llamada Karma un hombre vagamente conocido la había agarrado del cuello junto a la puerta del retrete y le había mordido un pecho. El hematoma le duró cerca de un mes. Cuatro esquinitas tiene mi cama con forma fálica, never enough, para que no se me olvide cómo se castiga a las niñas malas. Y yo vomito.

Vomito.

Vomito.

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