Laura Pérez Castaño, regidora de Relaciones Internacionales del Ayuntamiento de Barcelona
Giuseppe Grezzi, regidor del Ayuntamiento de Valencia
Durante el último mes, Valencia y Barcelona han sido noticia por la llegada de dos embarcaciones llenas de personas que, huyendo de la guerra y la desesperación, habían sido rescatadas de una muerte segura por barcos de organizaciones humanitarias. En total, se trata de 678 personas de más de 30 nacionalidades diferentes que encontraron en nuestras ciudades la acogida que tantas veces ha sido negada a personas como ellas. Sin ir más lejos, el Aquarius que desembarcó en Valencia el 27 de junio lo hacía después de ser rechazado por las autoridades italianas, rechazo que era percibido como una victoria de los discursos más reaccionarios y populistas que han encontrado en la inmigración un filón de votos de poblaciones desconcertadas.
De entrada, desde las ciudades nos tenemos que felicitar, después de años de reclamarlo, de poder jugar un papel activo en la acogida de personas refugiadas, demostrando que la colaboración entre administraciones, y no el centralismo jerárquico, se revela una vez más como la mejor herramienta para llevar a cabo políticas de interés público en beneficio de la ciudadanía. De hecho, el Tribunal Supremo acaba de condenar al Estado por no haber cubierto la cuota de refugiados de la UE: el gobierno de Rajoy incumplió el acuerdo adoptado en 2015, tramitando sólo 2.500 de las 19.500 solicitudes de asilo a las que se comprometió.
Más allá de este hecho, los gobiernos locales podemos y tenemos que jugar un papel central en el combate contra las tesis de ultradreta, que utilizan situaciones de crisis humanitaria para generar discursos basados en el miedo y la exclusión de la diferencia. Y lo podemos hacer combatiendo tres de los pilares sobre los cuales se articula el discurso populista xenófobo: la manipulación de la información, la explotación de la desigualdad y la construcción de una identidad excluyente.
El primer elemento del discurso xenófobo es la difuminación de la realidad a través de relatos sesgados. En el caso que nos ocupa, consiste en transmitir la idea que estas llegadas son un alud de población de grandes dimensiones que ponen en riesgo la provisión de los servicios públicos. Desde los gobiernos locales es importante poner las cifras en perspectiva. Las llegadas en el barco del Open Arms y el Aquarius suponen un 0,01% de la población de las ciudades de Valencia y Barcelona (metropolitana) conjuntas. Hay que recordar que la gran mayoría de las personas refugiadas víctimas de conflictos se instalan en otras zonas del mismo país y, en segundo lugar, en países limítrofes. En el caso de Siria, un país como el Líbano con una población similar a la de Valencia y Barcelona sumadas, ha acogido desde el inicio del conflicto 1,2 millones de personas, con llegadas diarias de hasta 10.000 personas. Sólo un discurso que busca sacar rédito político puede defender que las
llegadas de este mes tienen un impacto significativo en las ciudades de acogida que amenazan a las poblaciones de acogida. La acogida es, pues, una obligación humanitaria para cualquier sociedad que tenga el respeto en los derechos humanos como elemento central.
El segundo elemento en el cual se fundamenta el discurso populista es en la explotación de la desigualdad, a menudo enraizando en poblaciones que ya se encuentran en situación de especial precariedad. Es nuestra responsabilidad, una vez más, denunciar los graves impactos que el crecimiento de la desigualdad tiene para la convivencia en nuestras ciudades. Las ciudades del cambio han revertido políticas que no hacían sino ensanchar las diferencias y rasgar las costuras del tejido social. En Barcelona, la inversión social ha aumentado un 50%, poniendo especial atención en los barrios más populares que más habían sufrido las consecuencias de la crisis. En Valencia, en los últimos 3 años se ha incrementado un 43%. La lucha contra la desigualdad y en favor de la cohesión social es una herramienta fundamental para cerrar el paso a los discursos xenófobos.
Por último, la ultraderecha xenófoba utiliza la exacerbación de una identidad excluyente para penetrar en las poblaciones vulnerables. En este sentido, se exalta la existencia de un "nosotros" uniforme en contra de la llegada de los "otros". Ciudades tradicionalmente diversas, mestizas y cosmopolitas como Barcelona y Valencia tenemos la obligación de reivindicar nuestra identidad múltiple, que no está basada en el origen ni en la lengua sino en la identificación con unos valores de ciudadanía, en el respeto hacia los otros y el sentimiento de pertenencia a un colectivo ciudadano que actúa de acuerdo con la tolerancia, la diversidad y la solidaridad. Los ayuntamientos del cambio tenemos que seguir trabajando para que nuestras ciudades sean abiertas, para que gente de los orígenes y realidades más diversas se sientan identificadas y para que, desde la acción pública, se encarnen una acción de gobierno respetuosa con la pluralidad: ciudades que, a través de su acción y valga la redundancia, creen ciudadanía.
En definitiva, las ciudades del cambio no nos podemos quedar paralizadas ante los discursos de la división. El ofrecimiento de información cuidadosa y veraz, la lucha contra la desigualdad y la creación de una identidad basada en la solidaridad y la diversidad son herramientas indispensables para cerrar el paso a aquellos que, excluyendo a las personas recién llegadas, dan los primeros pasos hacia sociedades segregadas, autoritarias y deshumanizadas.
Comentarios
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