Otras miradas

Más cerdos que personas

Diana López Varela

Periodista y guionista

En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas. (...) Dijo Dios: «Produzca la tierra vegetación: hierbas que den semillas y árboles frutales que den fruto, de su especie, con su semilla dentro, sobre la tierra.» Y así fue. (...) Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó. Y bendíjolos Dios, y díjoles Dios: «Sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla; mandad en los peces del mar y en las aves de los cielos y en todo animal que serpea sobre la tierra»
Génesis.

Y vaya si la sometieron.

Estos días nos hemos enterado de que en España ya hay más cerdos que personas. Ningún titular me parece más adecuado para definir el grado de necedad al que la humanidad ha llegado. Y la culpa, por supuesto, no es de los cochinos, aunque esta industria ya sea la cuarta más contaminante del país.

Estábamos saliendo de la playa, sombrilla, toallas y mochilas incluidas, cuando vi el desastre. Una torre de escombros semienterrados asomaba sobre las dunas de la playa mallorquina de Es Trenc. Alguien había levantado el cordón que limita el espacio protegido para depositar allí tres cajas de pizzas, varias latas de refrescos (con sus correspondientes pajitas asesinas)  y un par de envases de yogures bebibles infantiles. Una zona blindada recientemente por la degradación ecológica que ha supuesto la acción humana y que no obstante, muchas más personas irresponsables habían usado como vertedero porque las áreas naturales protegidas se respetan en este país bastante menos que los dictadores genocidas. Ante tal panorama, no pude evitar levantar el cordón y recoger la mierda ajena, al mismo tiempo que fabulaba con entrar en el salón de las bellas casas de estos simpáticos bañistas de la forma más escatológica posible.

Por más que lo intente, no entiendo esta desconexión con la naturaleza, esta ignorancia, si me permiten, que nos invade. La falta de respeto y empatía hacia el resto de las especies que habitan el mundo desde que lo es, muchísimo antes de que la soberbia del homo sapiens apareciese por aquí hace menos de 200.000 años. Las aves, primas directas de los dinosaurios del Jurásico habitan el planeta desde hace 200 millones de años. Según Wikipedia, "en los últimos 500 años se han extinguido más de 150 especies como consecuencia de actividades humanas, y, actualmente, son más de 1200 las especies de aves amenazadas". Los peces, son los primeros vertebrados que aparecieron en el planeta. Los más antiguos, los ostracodermos, habitaron la tierra entre 500 y 350 millones de años. Pero la sobrepesca y la contaminación que afecta a todos los mares del mundo están provocando una extinción masiva de especies.

Los insectos, con más 300 millones de años de antigüedad, son el grupo de animales más diverso del planeta, comprenden el 90% de las formas de vida, unos 200 millones de individuos por cada ser humano, indispensables para, entre otras cosas, polinizar muchas de las plantas, haciendo posible el milagro de la producción de semillas y frutos. Los entomólogos se echan las manos a la cabeza y tilden de "hecatombe" la brutal desaparición de artrópodos como mariposas, saltamontes o abejas abejas con consecuencias sobre todas las redes tróficas e indispensables para la vida humana.

En el bestseller Sapiens, de animales a dioses, Yuval Harari, nos recuerda que la historia de la humanidad se forjó en base al sometimiento imprudente de la tierra, de otras especies y de nuestros iguales. El sapiens es un individuo pasajero, destructivo y absolutamente prescindible para el ecosistema que ha demostrado, desde hace mucho tiempo, ínfulas de suicidio constante. Primero, a través de la agricultura, y después a través del capitalismo. El paso del cazador- recolector al agricultor fue más que traumático. "Al haber sido hasta hace muy poco uno de los desvalidos de la sabana, estamos llenos de miedos y ansiedades acerca de nuestra posición, lo que nos hace doblemente crueles y peligrosos. Muchas calamidades históricas, desde guerras mortíferas hasta catástrofes ecológicas, han sido consecuencia de este salto demasiado apresurado".

Estamos viviendo una emergencia climática sin precedentes que podría dejar a nuestro planeta en un estado de invernadero, un cambio de paradigma que no sabemos a dónde nos va a llevar. Lo que si sabemos ya es que el calentamiento global, la subida del nivel de mar y los fenómenos meteorológicos adversos son irreversibles. Nuestros niños van a vivir, lo queramos o no, desastres naturales constantes, extinciones, migraciones masivas de población por la desertización de la tierra, y falta de recursos básicos como el agua. Dejar de tratarlos como pequeños dioses y hacerles entender que también somos animales, promoviendo el consumo responsable y el respeto al resto de las especies y al entorno es una necesidad vital. Esto ni siquiera es catastrofista, catastrofistas son los científicos que ya advierten de que nos queda medio telediario, o todos esos millonarios que han construido su propio bunker y su nave espacial con destino a ninguna parte.

Votar a partidos políticos que intenten paliar los efectos del cambio climático es una obligación moral. No tengamos que contarles lo mismo que aquel padre que vagaba por una tierra yerma y destruida con el hijo que nunca pudo disfrutarla en La Carretera de Cormac McCarthy "Una vez hubo truchas en los arroyos de la montaña. Podías verlas en la corriente ambarina allí donde los bordes blancos de sus aletas se agitaban suavemente en el agua. Olían a musgo en las manos (...) De una cosa que no tenía vuelta atrás. Ni posibilidad de arreglo. En las profundas cañadas donde vivían todo era más viejo que el hombre y murmuraba misterio".

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