Escribo el presente artículo como una colaboración añadida a la carta valiente y espectacular dirigida el pasado 25 de Agosto por Cristina Fallarás al Papa Berdoglio, por, supuestamente, haber encubierto los numerosos informes que denuncian la pederastia en el seno de la Iglesia católica y por responder de una manera mojigata e insultante para las víctimas a las denuncias de abusos y torturas perpetrados contra niños y niñas por sacerdotes y jerarcas, pidiendo disculpas y haciendo acto de contrición. ¡Terrible! (1)
La carta en cuestión, en la que confluyen armónicamente el corazón empático y solidario y el rigor documental, algo en lo que Cristina Fallarás brilla con luz propia, no tiene desperdicio. En ella, la periodista y escritora, motivada por el amor social hacia las víctimas, ofrece un somero muestrario del conjunto de abusos y aberraciones sexuales cometidas por los depredadores sacerdotales haciendo uso de la naturaleza absolutoria de las sotanas y la sacristía.
Éste es un asunto dado a conocer públicamente no por ímpetu regenerador alguno de la Santa Sede, sino por el interés de la ciudadanía afectada en hacer justicia y depurar responsabilidades en el seno de lo que es, a todas luces, un grupo de presión social, con una doble moral sexual firmemente arraigada en la cultura histórica de la parroquia y el convento. Ya fue puesta de manifiesto, esta doble moral, en el siglo XIV por Giovanni Bocaccio, en una de las obras más emblemáticas de la Edad Media europea, El Decameron. La cosa, por tanto, viene de antiguo y voy a intentar descifrar, desde el rigor científico y didáctico, sus fundamentos.
Situémonos: Todos los seres humanos, sin excepción, somos, por naturaleza, seres racionales, seres sociales y seres sexuados, es decir, dotados de un sexo, masculino o femenino. Si la personalidad humana aspira a la plenitud, ésta sólo puede proceder del pleno desarrollo de la capacidad de pensar autónomamente, de relacionarse democráticamente y de expresarse libremente en la inagotable riqueza que nos ofrece nuestro componente afectivo-sexual. La sexualidad no es ni más ni menos que la variedad de actitudes, sentimientos y comportamientos que se derivan de nuestra naturaleza como seres sexuados. En otras palabras, la sexualidad puede reprimirse, pero nunca anularse.
De la misma forma que el engaño sistemático al que algunos poderes políticos y mediáticos nos tienen acostumbrados, atentan contra la posibilidad individual y colectiva de fraguarse autónomamente un pensamiento libre, que los mensajes tergiversados para sembrar el odio y el enfrentamiento artificial entre personas, colectivos o identidades interfieren negativamente en las relaciones humanas, del mismo modo, los dogmas morales de raíz religiosa que criminalizan la sexualidad como la búsqueda saludable de la comunicación y el placer vulneran, por su carácter represor, la posibilidad de llevar una vida plena. En este sentido, constituye un contrasentido surrealista que la escuela, siendo el ámbito formal privilegiado para aprender a pensar y socializarse, mantenga la educación afectivo-sexual relegada al ámbito de la privacidad doméstica. ¡Y pasan los años...y, nada!
El ser humano, por naturaleza, vive la sexualidad como búsqueda y descubrimiento del placer y el bienestar. El deseo, la atracción sexual, el enamoramiento y el conjunto de sentimientos que conforman el amor no se viven como reproducción. La reproducción es sólo una opción más de las que ofrece la sexualidad. La sexualidad es, ante todo, fuente de salud, de conocimiento individual y compartido. (2)
No lo entiende así la Iglesia Católica que, siguiendo la tradición milenaria de los poderes establecidos de ver en la libertad sexual la expresión de un exceso peligroso, apuesta por una visión reduccionista y excluyente de la sexualidad, moralmente limitada al matrimonio monogámico con fines reproductivos, en la sociedad civil, y al celibato autoimpuesto en el ejercicio de la función sacerdotal. De ahí, su oposición a que sea la conciencia de cada cual, sin interferencias morales emanadas de ninguna autoridad eclesial, la que libremente elija sus opciones sexuales, su condena de los anticonceptivos, incluyendo el preservativo, y de las relaciones homosexuales y su rechazo a que la educación afectivo-sexual goce del papel fundamental que debería tener en las escuelas públicas, o sufragadas con fondos públicos, en una sociedad libre y democrática.
Con todo ello, la Iglesia Católica no hace otra cosa que caer en la insalvable incoherencia de pregonar la defensa de la familia, de "su" modelo de familia, y de la vida al tiempo que, en la práctica, al demonizar el derecho a disfrutar del propio cuerpo y las propias emociones, al obviar el problema de los embarazos no deseados, algunos de consecuencias trágicas en el caso de adolescentes o de familias empobrecidas del Tercer Mundo, al negarse a asumir las evidencias científicas en torno a la transmisión de enfermedades por vía sexual, como el SIDA, contradice flagrantemente los principios que dice defender. Añado: ¿Qué idea sana puede desprenderse del mito de la mujer virginal, María, que acepta sumisamente un embarazo que le anuncia, después de haberse producido, un hombre-pájaro y que su marido ha de asumir por ser cosa divina? ¡Claro, menudo braguetazo!
Es evidente que esta moral neurótica, basada en el uso de la negación por incapacidad para afrontar una vida plena, conduce, indefectiblemente a la represión sexual, la autoimpuesta y la que se pretende imponer a los demás, y a todo un conjunto de trastornos asociados a la misma. En efecto, si tenemos en cuenta que el deseo sexual, fundamento de nuestra condición natural de seres sexuados, no puede ser anulado sino educado, como cualquier otra emoción, su represión da vía libre a que aflore de manera enfermiza. Éste es el caso de la pederastia y, en general, de las violencias sexuales. Así, que, por favor, que los hábitos pasen por los servicios de la psiquiatría científica, por el bien de todos. . No es de recibo que quienes llevan tanto "demonio" dentro, pretendan hacer creer que las amenazas a la "sagrada familia" están en el laicismo, el divorcio, el aborto, el matrimonio homosexual o la eutanasia. ¡Ya está bien, coño! Aquí no valen las "medias tintas" del Papa Bergoglio.
NOTAS
(1) Cristina Fallarás ¿Cómo se atreve Bergoglio?. En Público, 25-08-18
(2) La comprensión de la naturaleza de los diversos sentimientos que conforman la sexualidad humana son fundamentales tanto para el autoconocimiento, como para aprender a establecer y desarrollar el diálogo emocional, fuente de crecimiento en personas y parejas. ¿Qué saben de esto los curas y las monjas? Me atrevo a responder: nada.
Comentarios
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