Otras miradas

Magnicidio, Vietnam y un país partido

Erik Baum

Doctor en Periodismo y Profesor de Suffolk University Madrid Campus

El 5 de Junio de 1968 nos despertamos con la noticia del asesinato de Robert Kennedy en Los Ángeles, justo después de haber ganado las primarias demócratas en California por delante de mi  candidato preferido, Eugene McCarthy, con un 46% y un 42% de los votos respectivamente.  Con su triunfo Kennedy contaba con ser el candidato del Partido Demócrata en las elecciones de Noviembre. McCarthy, también con mucho apoyo dentro del partido, era senador por Minnesota, donde yo estuve viviendo durante los cuatro años de universidad. Un artículo recientemente publicado en Los Ángeles Times cita a McCarthy como "el auténtico candidato anti-guerra". La guerra era la de Vietnam. Yo tenía 20 años.

El autor (el tercero por la izquierda) y sus compañeros ‘The boys’, en 1968
El autor (el tercero por la izquierda) y sus compañeros ‘The boys’, en 1968

Las elecciones en EEUU siempre caen en martes y como el miércoles era día laborable, yo tenía que desplazarme para ir a trabajar desde la ciudad St. Paul, cruzando el Río Mississippi, a Minneapolis, donde estaba empleado aquel  verano. No quise ir, estaba de luto, todo fue una catástrofe. Y tampoco me daba la gana de discutir con los obreros de la fábrica de estructuras metálicas donde yo trabajaba seis días a la semana, llamada entonces como hoy en día Stremel Bros. Mientras yo, el privilegiado, iba a volver a mi lujoso campus en septiembre, mis compañeros pasaron una especie de condena perpetua con las máquinas que retorcían las placas de acero. Y  tampoco les hacía gracia la pegatina anti-guerra que llevaba en mi moto (algún compañero la arrancó en mi primera noche de trabajo).

Me libré del ejército por mi condición, como casi todos mis amigos, de ser estudiante en una universidad (donde aprobé por los pelos los dos primeros años).  Los que trabajaron toda su vida en Stremel Bros. no disfrutaron de esta excepción. Algunos habían hecho el servicio militar, y más de uno era ya padre de un hijo que estaba en el frente en Vietnam. Vaya gracia les hacía tener que discutir de política nacional con el hijo de papá todas las mañanas a las 7:30. Pero a pesar de las discusiones, creció un entendimiento y respeto mutuo a lo largo de aquel verano de 1968. Al menos por mi parte.

El norte de Minneapolis era un distrito algo inseguro, y más de una vez después del turno de noche un par de mis compañeros se quedaban  un rato conmigo hasta que llegara un amigo con su coche. Desde entonces siempre he pensado que aprendí más de los obreros del taller que en mis dos primeros años en la universidad. El hecho de empezar a trabajar desde los 16 años, de camarero, pintor de brocha gorda, dependiente de una librería  –todo para ayudar a mis padres a pagar mis estudios universitarios–  me enseñó la gran lección de la vida de depender de mí  mismo.

Mis compañeros universitarios  (The Boys) también trabajaban. Uno de ellos recogía sangre con una escoba en un matadero.  Los veranos de entonces eran breves pausas en nuestro status de privilegiados, pero lo más importante, quedamos  siempre protegidos de tener que ir a Vietnam.

Lo que nos unió más que nada fue el odio hacia la guerra y el gobierno. Éramos chicos blancos de clase media, todos nacidos en el Midwest en pueblos seguros con colegios públicos buenos, y crecimos después de la Segunda Guerra Mundial durante la época más próspera  jamás conocida en el país.  Entramos en la universidad (Macalester College)  en Septiembre de 1966,  justo cuando el ejército norteamericano contaba con 350.000 soldados en Vietnam. En 1968 esta cifra había aumentado hasta su nivel máximo, con más de 500.000 norteamericanos de mi edad ocupando el Sur del país asiático. Las miles de muertes citadas en las cadenas de televisión y en la prensa de forma diaria sirvieron para radicalizar a muchos estudiantes, incluida mi nueva panda de amigos.

1968 fue un año traumático que empezó incluso antes del asesinato de Robert Kennedy. En enero, durante la fiesta del Tet (año nuevo lunar en Vietnam),  los comunistas lanzaron ataques a lo largo de Vietnam del Sur.  Fue la primera guerra televisada, no en directo pero casi, y vimos en el telediario de Walter Cronkite en la CBS cómo los soldados lucharon hasta en el jardín de la Embajada Norteamericana en Saigón. Cientos de miles de tropas norteamericanas y sus aliados del Sur del Vietnam consiguieron contener el levantamiento, pero el efecto sobre la opinión pública en EEUU fue dramático.

En marzo, el Presidente Lyndon Johnson dejó la puerta abierta al mítico Robert Kennedy, al anunciar que no se presentaba para un segundo mandato como Presidente en Noviembre. Otro mito, Martin Luther King, fue asesinado en abril por un francotirador en Menfis. Los disturbios y violencia que estallaron después solo aumentaron las tensiones ya presentes en muchas ciudades del país. Después de la pesadilla de las muertes de King y del segundo hermano Kennedy en junio, los demócratas llegaron a su congreso en Chicago de finales de Agosto muy divididos entre el Senador anti-guerra de Minnesota, McCarthy, y el Vicepresidente Hubert Humphrey, también de Minnesota. En Chicago la policía atacó a los miles de personas que protestaban contra la guerra en las calles. Los manifestantes, pacíficos y no armados, gritaban "el mundo entero está mirando" ante las cámaras de televisión. Ahora sí en directo. (Yo no estaba, me quedé en Minnesota para trabajar una última semana en Stremel Bros)

Chicago fue una debacle para el partido Demócrata. Humphrey salió como candidato a presidente, y fue derrotado por Richard Nixon en Noviembre, ya que unos millones de votantes demócratas se quedaron en casa. Fue mi primera oportunidad de votar, y no lo hice. Un gran error. Humphrey hubiera terminado con la guerra años antes de lo que lo hizo Nixon.

Hace tres años en una reunión de mi promoción de 1970 de la universidad de Macalester conocí  a un veterano de la guerra, que yo no había conocido en los años sesenta. "Yo era un tío bastante grande, me cargaron con una enorme radio a la espalda y me mandaron a la jungla", me dijo con una brillante sonrisa. "Fue hace mucho tiempo".  Nos contemplamos el uno al otro. Era un buen chico. Ojalá le hubiera conocido mucho antes.

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