Otras miradas

Mi querida sociedad acientífica

Federico Herrera

Jefe del Laboratorio de Estructura y Dinámica Celular. Instituto de Tecnologia Quimica e Biologica (ITQB NOVA), Oeiras, Portugal

Si ustedes son lectores asiduos de artículos de divulgación científica, estarán familiarizados con el mantra –explícito o implícito- de que nuestra sociedad es acientífica y necesita más alfabetización científica. En el contexto en el que se repite dicho mantra, tal parece que la sociedad es acientífica porque la mayoría cree en Dios (>70%), una minoría significativa confía en la homeopatía o cree que el Sol gira alrededor de La Tierra (~30% y 25% respectivamente) o una pequeña minoría no vacuna a sus hijos (en general <5-7%). Sin embargo, por muy llamativos que sean estos hechos, no son más que indicadores superficiales de un asunto mucho más profundo, tan fuertemente enraizado en nuestra sociedad que afecta incluso a aquellos sectores que se declaran fervientemente pro-científicos.

La mayoría de las personas, incluidos los científicos, no utilizamos el método científico para formar nuestras opiniones o tomar nuestras decisiones cotidianas[1]. Nos volveríamos locos o disfuncionales, incapaces de tomar decisiones en un tiempo razonable. Los científicos sólo aplicamos el método científico de forma rigurosa en nuestro estrecho campo de trabajo, y no siempre. Para el resto de los asuntos tomamos las decisiones como todo el mundo: en base a un batiburrillo de experiencia individual, emociones, sentimientos, sensaciones y unos pocos datos concretos que, fidedignos o no, provengan de fuentes en las que confiamos. En este sentido, la sociedad puede ser acientífica, pero no por falta de fe en la ciencia[2]. Prueba de ello es el uso masivo que se hace de la jerga científica para captar consumidores en el mundo de la publicidad y entre las propias pseudociencias.

En mi opinión, nuestra sociedad confía mayoritariamente en la ciencia. Pero hay que comprender que la ciencia es ante todo una actividad humana, y por tanto sujeta a error, subjetividad, capricho, conflictos de intereses, presiones, manipulación, tozudez, orgullo, zancadillas y mentiras. La ciencia tiene herramientas para deshacerse de todo este ruido, pero necesita mucho tiempo, un tiempo que nadie le está dando. El aumento y la aceleración de la producción científica, junto con una competencia agresiva, está resultando angustiosa para muchos investigadores, hasta el punto de que en 2010 un grupo de científicos anónimo publicó un manifiesto por una ciencia lenta, que yo suscribo. El darwinismo social que promulga el sistema neoliberal, actualmente tan eufórico como anticientífico[3], lo ha contaminado todo, incluida la ciencia.

La tecnología y la industria se han autoproclamado paladines de la ciencia, pero en muchísimas ocasiones sus objetivos y prioridades no son científicos. Entre otras importantes diferencias, la ciencia es una actividad esencialmente contemplativa, equivalente al arte, mientras que la tecnología y la industria son necesariamente pro-activas y una importante fuente de poder, y por tanto deben ser estrechamente reguladas. La implementación de nuevas tecnologías se hace sin esperar estudios científicos de larga duración, utilizando a los consumidores como conejillos de indias, y con frecuencia en contra de la opinión pública, como fue el caso de la energía nuclear. Esto cuando no manipulan directamente datos, o utilizan científicos y políticos afines para desviar la atención de los riesgos de sus productos[4]. La regulación de las nuevas tecnologías llega con frecuencia tarde, y pagar las multas –cuando se pagan- sale más rentable que no comercializar el producto o tomar las medidas de seguridad pertinentes. En definitiva, la industria ignora con excesiva frecuencia el principio de prudencia científica.

¿Y la ciencia? ¿Es científica la ciencia? Pues más o menos. Los estudios actuales de reproducibilidad indican que un 60-90% de los artículos científicos publicados en campos competitivos de la ciencia, como la psicología o el cáncer, no son reproducibles. Estos y otros estudios indican que un porcentaje significativo de los científicos cometen errores graves o manipulan los datos[5]. El número de artículos retractados ha aumentado alarmantemente en los últimos años, lo que algunos interpretan como una prueba de que el sistema de corrección funciona, mientas que otros nos tememos que sólo sea la punta del iceberg y que el problema de la falta de fiabilidad en la ciencia sea sistémico, ya sea por error honesto o por mala conducta científica. Repito: la ciencia necesita mucho más tiempo del que se le está dando para poder discutir los asuntos con objetividad y autocorregirse.

Tal vez sea conveniente la alfabetización científica de la sociedad. Sin embargo, con este panorama, creo que es pertinente plantearse quién debe ser alfabetizado (y de qué manera) y quién tiene legitimidad para alfabetizar a mi querida sociedad acientífica.

Abro columna dominical.


NOTAS
[1] Karl R. Popper. Lógica de la investigación científica, 1934.
[2] El 60% por ciento de los españoles afirma que la ciencia tiene más beneficios que prejuicios y demanda una mayor cobertura científica en los medios de comunicación
[3] Como han sostenido desde hace ya más de un siglo una larga serie de intelectuales y economistas incluyendo a Marx y Engels, Russell, Keynes, Gramsci, Chomsky, Stiglitz, Bauman, Krugman o mi economista español preferido, el señor Juan Torres.
[4] Merchants of Doubt: How a Handful of Scientists Obscured the Truth on Issues from Tobacco Smoke to Global Warming. Naomi Oreskes y Erik M. Conway (2010)
[5] Fanelli, D. How many scientists fabricate and falsify research? A systematic review and meta-analysis of survey data. PLoS One. 2009 May 29;4(5):e5738. doi: 10.1371/journal.pone.0005738.

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