Otras miradas

Los alaridos de Khashoggi

Javier López Astilleros

Analista político

Sabemos cómo entró, pero no como salió. Y que un equipo de matones llegó con sierras especiales para cortar huesos. Que fue asesinado en el propio despacho del cónsul, el lugar donde normalmente se trata con aduanas, renovación de pasaportes, se promociona la cultura de un país, o incluso se tramitan las defunciones. Tal vez los matarifes eligieron este lugar para ahorrar en costes y papeleo.

Como casi todo mundo sabe, los consulados están para cuidar de los compatriotas.

Según los turcos, y todo apunta a ello, el comando especial de 15 saudíes usó el despacho de Mohamed al Otaibi (el cónsul) para tumbar a Yamal en una mesa, semi drogado.

El comando saudí estaba bien entrenado. Les acompañaba un forense listo para realizar una autopsia a un cadáver que seguía vivo, pero que estaba sentenciado. Las más altas instituciones del país estaban representadas en el evento. Matones, corruptos, un cónsul, un forense, asesinos, y un periodista que resultó ser un patriota en desgracia.

No se trataba de un embalsamamiento al estilo egipcio, ni de preservar sus entrañas, para facilitar así el tránsito a la otra vida. ¿Pretendían una clase de anatomía en un despacho que de vez en cuando hace de notaría?

El cinismo global sabía lo que estaba sucediendo, y esperaba el resultado en la grada, mientras los científicos sociales diseñan la enésima disculpa de su criatura en tierra santa del Islam.

Según los turcos, comenzaron por cortarle las falanges, las mismas con las que escribía artículos críticos contra Mohamed Bin Salman, príncipe heredero. De inmediato, los gritos de dolor, los estruendos y alaridos rebotaron en la sede diplomática saudí, mientras en salas anexas realizaban los trámites ordinarios.

Tal vez los miembros del equipo de investigación científica pensaron que las drogas iban a surtir efecto antes, pero no fue así.

Alguien pensó que era un magnífico momento para escuchar algo de música y así relajarse, a lo que accedieron no pocos, a pesar de la escasa simpatía que despierta este arte entre los puristas wahabíes. Hay quien considera que la música es un placer, otros una terapia, mientras que los menos la utilizan para ocultar y revestir de cultura horrores imposibles de narrar.

El pobre y desgraciado Yamal sucumbió en la mesa de operaciones saudíes. Fue una señal para otros periodistas críticos del mundo. Y llama la atención que el equipo eligiera Estambul como escenario.

Es más que probable que esto sucediera así. Sabemos que la mentira a veces es un simple consenso político. Estamos a la espera de las negociaciones sobre la versión oficial, la que saldrá en los libros de texto y no pocos periódicos.

Pero Yamal dejó una familia y una mujer con la que se iba a casar. También la imagen de un Estado en descomposición y fratricida, al que no saben cómo darle matarile, porque hay que diseccionar y posteriormente recomponer los dos últimos siglos de historia anglosajona en Oriente Próximo.

Los alaridos de Yamal Khashoggi resuenan en el corazón de las personas decentes. Y es tan grande el clamor, que ahora nadie sabe qué hacer con el señorito Frankestein.

Lo cierto es que la opinión pública no va a perdonar al gobierno saudí. Ahora el rey va desnudo, y los niños lo han visto con las manos manchadas de sangre.

Y además se sabe que anduvo por Madrid.

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