Otras miradas

Ya no quedan fachas como los de antes

Máximo Pradera

En una de las escenas más divertidas de la película «Ópera Prima» de Fernando Trueba, Oscar Ladoire se lamenta con nostalgia, después de una pelea en unos billares de barrio, de que ya no quedan macarras como los de antes. Los de ahora – dice – se han descafeinado.

A mí me pasa eso mismo hoy, solo que con los fachas.

Cada vez que recuerdo al falangista José Antonio Girón, apodado «El león de Fuengirola», pronunciando en plena Transición aquella frase terrorífica de «nos impulsa el deberrrrrr de cerrarrrr el paso a quienes pretenden arrrrrebatarnos la victoria» se me ponen los pelos como escarpias. No en vano aquella fanática cerrazón política se tradujo luego en el golpe de estado de 1981. Golpe, dicho sea de paso, en el que yo lo pasé en grande (modo irónico on), porque el Tejerazo me pilló haciendo el servicio militar y a las órdenes del entonces teniente coronel Monzón, el militar chiflado que quiso retar a muerte a Willy Toledo y al que la Sexta Noche abrió las puertas para permitirle decir que Franco no fue un genocida y que no había asesinado a nadie.

De Girón (Falange), de Sánchez Covisa (Guerrilleros de Cristo Rey), de Blas Piñar (Fuerza Nueva) acojonaba todo: no solo lo que decían, sino cómo lo decían. En concreto, Girón tenía unas erres vibrantes múltiples que resultaban tan espeluznantes como el ruido de cadenas de los tanques de la Brunete. Los fachas de ahora, en cambio– desde Casado a Abascal,  desde  Cossidó al Escupeaceitunas – no son, como señalaba con acierto hace poco Pepa Bueno en EL PAÍS, más que un puñado de frikis. Cuando hablan, producen una mezcla –muy penosa de escuchar– de lástima (porque se expresan como infraseres) y vergüenza ajena (porque las majaderías que salen de sus bocas las dicen con el mayor de los convencimientos). Felipe González lo expresó a la perfección hace años al referirse a Aznar: «es un tipo que solemniza lo obvio». Cuando el marido de Ana Botella dijo aquello (no recuerdo de si «cocido» o no) de que le gustaban los niños y que la gente tuviera niños porque es importante que la gente tenga niños, te dabas cuenta no solo de que se gustaba más que el torero Padilla recibiendo a porta gayola, sino de que se veía a sí mismo haciendo historia, como un Winston Churchill carpetovetónico, en el momento de dictarle a su secretaria uno esos épicos discursos que aún hoy, ponen la carne de gallina.

Ese es el estilo que practican ahora sus herederos políticos.

Conozco bien a los políticos frikis ya que hubo algunos en mi familia. Mi bisabuelo, Víctor Pradera, tenía que viajar con frecuencia desde San Sebastián a Madrid, debido a sus múltiples obligaciones profesionales. Sus jóvenes acólitos solían ir a despedirle a la estación, y él, acodado en la ventanilla del vagón, les regalaba opiniones de «cuñao», incluso ya con el tren en movimiento. Con motivo de la visita a España de Albert Einstein, uno de sus secuaces – el tren ya saliendo lentamente de la estación, el joven discípulo apurando hasta el último metro del andén– quiso saber qué opinaba su maestro del descubridor de la Teoría de la Relatividad.

–Don Víctor – le gritó para hacerse oír sobre el estruendo de la locomotora– ¿y Einstein?

–Ya hablaremos, muchacho, ya hablaremos – le contestó mi bisabuelo. Para enseguida apostillar, en actitud ridículamente ninguneadora:

–Pero nada ¿eh?, ¡nada!

Este es quizá uno de los rasgos esenciales del frikismo en política: la capacidad de trivializar lo esencial, que se combina con la ya apuntada de solemnizar lo obvio. En una especie de reinterpretación chikilicuátrica del principio de Ockham – «en igualdad de condiciones, la explicación más sencilla a un determinado fenómeno suele ser la más probable» – este hatajo de Dinios de la política, esta cuadrilla de Tamaras del pensamiento (no se me olvidan ni Rosa Díez, ni Cayetana Álvarez de Toledo, ni Dolors Montserrat), han reducido el postulado a «sean cuales sean las condiciones, la explicación más sencilla a un determinado fenómeno suele ser la verdadera». De ahí que si hubiera que condensar la ideología de la actual derecha española en un Chiki-chiki con el que pudieran presentarse en Bruselas, los pasos de baile serían, en vez del maiquelyason y el brikindans, los siguientes:

UNO: el viva el rey

DOS: no caben todos

TRES: se rompe España

CUATRO: golpe de estado

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