Otras miradas

Rompiendo faldas

Luca Chao

Diputada de En Marea en el Parlamento de Galicia

Luca Chao

En la semana del 25N, día mundial contra las violencias machistas, toca poner nuevamente el foco en las escuelas como un espacio fundamental en el que trabajar por la sociedad feminista que queremos y necesitamos. Una trinchera fundamental contra el machismo, en la que cada día dar pasos firmes por la igualdad.

Estudios recientes sobre la transmisión de los roles de género alertan de que es en las edades más tempranas cuando las niñas comienzan a aceptar como propias las capacidades, deseos y aptitudes vinculados, tradicionalmente, con "lo femenino". De este modo, con sólo seis años, las niñas comienzan a aceptar como ciertas afirmaciones tales como que sus compañeros, varones, son mejores en matemáticas, o que ellas están siempre muy guapas, o peor aún, más guapas calladas. Y así, poco a poco van asumiendo que la sumisión, el conformismo, la belleza o la delicadeza son características propias que deben cultivar para ser socialmente aceptadas y valoradas.

Para ellos el fútbol, para ellas las muñecas, para ellos la ciencia, para ellas las letras, para ellos, la fortaleza, para ellas la comprensión, para ellos, también, los pantalones, para ellas, faldas y vestidos.

Rompiendo faldas

En este sentido, la imposición del uniforme escolar diferenciado es un ejemplo más de la división  binaria de roles, que además de dejar a muchas personas fuera, no hace más que perpetuar estereotipos machistas propios de la división patriarcal entre sexos que van a tener un impacto claro en el desarrollo de la infancia.

No es una novedad, la cuestión de la diferenciación sexual en la vestimenta ya fue objeto de una sentencia del Tribunal Supremo de 19 de abril de 2011 que  consideró contraria al principio de no discriminación por razón de sexo recogido en el artículo 14 de la Constitución Española, la práctica habitual en la sanidad privada por la cual las auxiliares y enfermeras se veían obligadas a vestir un uniforme consistente en  cofia, delantal con bolsillo falda y medias, sin posibilidad de elegir el atuendo sanitario de pantalón y camisa que emplean sus equivalentes hombres. Es decir, el Tribunal Supremo determinó que obligar a las mujeres a llevar falda en el trabajo era contrario al principio de no discriminación, contrario al derecho constitucional y acabó obligando a que muchas empresas cambiaran sus normas de vestuario.

En este sentido la pregunta parece clara, ¿Por qué en las empresas no y en las escuelas sí?  ¿Acaso no es una contradicción, a la luz de dicha sentencia, el hecho de que casi la totalidad de los centros educativos que tienen uniforme escolar mantengan de forma obligatoria un código de atuendo diferenciado por sexo entre alumnas y alumnos? ¿No podría incurrir en vulneración de las garantías constitucionales, además de, por supuesto, fomentar unos estereotipos de género contrarios a la igualdad efectiva entre mujeres y hombres?

Lo que está en el fondo es, como dice la presidenta de la Asociación Gafas Lilas, que lo que pesa la belleza, la finura y la feminidad está por encima de la igualdad. Estamos enseñando a nuestras hijas a ser guapas antes que felices, y eso está tan profundamente enraizado en nuestros cuerpos y en nuestras mentes que va a ser muy difícil de superar.

En ese sentido, el uniforme escolar diferenciado está siendo ya objeto de debate en países de nuestro entorno. Como en el Reino Unido, donde en el inicio del curso pasado eliminaron la referencia sexuada en los códigos de atuendo. También en el estado español, donde niñas como Sina están diciendo ya basta a esta distinción injusta.  Sina, es una niña de ocho años que un día le dijo a su madre que no quería volver a llevar falda al colegio. Una pionera que dio pie al comunicado "Porque en los colegios sólo se educan personas: uniforme único" que sería parte del germen de las iniciativas que llevamos tanto al Congreso como al Parlamento Gallego.

Presenciar el debate en el Parlamento Gallego, y más aún, el ambiente del mismo, fue una prueba más del largo camino que queda por delante. Entre las bromas y frivolidades de la bancada popular ("¿Qué importa que las niñas lleven falda?"; "¿Por qué tú misma la llevas?", etc.)  se dejaba ver, una vez más, el espejismo de la igualdad. Entre las risas, una certeza, tocamos fibra sensible. Y al final, en la votación, la sorpresa, sacamos adelante nuestra propuesta por unanimidad y, a partir del próximo curso, los uniformes diferenciados en Galicia serán cosa del pasado. Es decir, que el Partido Popular que votó no en el Congreso, vota sí en el Parlamento Gallego. Un cambio de opinión que, por nuestra parte, no podemos más que celebrar.

La falda es, en este caso, mucho más que un símbolo. Abordar este debate debería partir de la idea de que la falda es un instrumento que reproduce y visibiliza el modelo de cómo queremos que sean nuestras niñas: las queremos finas, educadas, guapas, tranquilas, con las piernas cerradas... A los niños, por el contrario, se les educa para que sean fuertes, intrépidos, líderes...

Que las niñas, por el hecho de serlo, tengan que ir a la escuela con falda o vestido, si cada vez que ponen falda escuchan "que guapa estás" seguimos perpetuando estereotipos machistas. Que el profesorado explique al alumnado que todos son iguales mientras se imponen atuendos que fomentan la sumisión de las niñas, no sirve.

¿Alguien entendería que los niños blancos estuvieran obligados en el cole a llevar pantalones blancos y los negros, por ejemplo, pantalones negros? Seguramente nos parecería una barbaridad. Entonces, ¿por qué toleramos que eso pase por una diferencia de sexo? Como dice la compositora gallega María Xosé Silvar, Sés, en sus conciertos, esta técnica es una buena manera de poner luz sobre el machismo. Cuando tengamos dudas sobre cómo valorar una situación mudemos la palabra mujer por negro, si lo que pasa nos violenta, está claro, nos encontramos ante una situación machista que hace falta revertir.

El gobierno autonómico tiene el deber legal de luchar contra estas situaciones, el deber de trabajar por una enseñanza igualitaria, donde no se mantenga la financiación de escuelas que  segregan niñas y niños, donde se pongan recursos para luchar contra las desigualdades y violencias machistas de cada día, donde el patio sea un espacio igualitario, donde las niñas aprendan que la causa por la que van a tener peores salarios que sus compañeros, más precariedad laboral, más paro, menos puestos de responsabilidad, por supuesto que no se llama capacidad, ni tampoco azar, sino machismo. Que la causa de que sean señaladas, cuestionadas, vigiladas y golpeadas, se llama machismo.

Acabar con los uniformes diferenciados es un paso, pero queremos que sea también un mensaje de optimismo y aliento a todas las niñas de este país, estamos con vosotras. Y vamos a seguir trabajando para que los gritos feministas de las calles, los que retumbaron el 8M, el yo sí te creo, el Mee  TOO se escuche dentro de todas las instituciones. De todas ellas aprendemos que ya basta de llamarle democracia si no es con nosotras. Ya basta de llamarle derechos sino son para todas.

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