Otras miradas

Cuando la plurinacionalidad puede levantar pasiones

Jordi Molina

Periodista @molina_jordi

Puede no tener un valor empírico relevante. No estamos ante ninguna una encuesta demoscópica, ni mucho menos ante una foto post-electoral. Es solamente un programa de televisión. Sin embargo, permite que, edición tras edición, algunos miles de personas sueñen con un país que se reconozca en valores como la diversidad o el feminismo. Lo cierto es que este miércoles 1.930.000 espectadores (lo que supone un 16,2% de cuota de pantalla en el prime time español) vieron, por primera vez, una actuación en catalán en Operación Triunfo. El concursante Miki, natural de Terrassa, interpretó ‘Una lluna a l’aigua’ del grupo Txarango.

Miki canta "Una lluna a l'aigua" en la gala 9 de OT 2018
Miki canta "Una lluna a l'aigua" en la gala 9 de OT 2018

Pocas horas después, ha habido reacciones de todo tipo. Desde brotes reaccionarios de twitteros cuyo concepto de patria no admite pluralidad alguna; e incluso catalanes que no con falta de razón consideran tardía esta ‘hazaña’. Sea como sea, lo cierto es que en un momento de alta tensión por la cuestión territorial, el público de OT quiso que Miki fuera el concursante favorito de la gala 9. Algo que parece haber causado indigestión tanto a los abanderados de la catalonofobia, como a los que solo les interesa ver la España del "a por ellos", obviando otra fraternal que vive con orgullo su riqueza lingüística.

Que el concursante Miki cantase en catalán sería una anécdota si no fuese porque hace unas semanas otra concursante, Sabela, lo hiciera en gallego. O que hace unos días se hiciera viral un vídeo en el que Dave, concursante gaditano, confesara con radical naturalidad que amaba la lengua catalana, que conocía gracias a cantautores como Llach o Serrat. El mismo programa que normaliza la convivencia entre jóvenes de orígenes diversos (Venezuela, Nigeria...) o que muestra el feminismo o la diversidad sexual con suma naturalidad. Más allá de ser el show de moda en España, OT está sirviendo un año más de ventana hacia una generación de chicos y chicas comprometidos. Y no hay política pública capaz de hacer mejor pedagogía hacia una ciudadanía democrática que estos jóvenes con su espontaneidad.

Sin embargo, lo que sucedió en OT nos debería poner ante otro espejo. En un país con esta riqueza cultural y lingüística, no debería extrañar a nadie que se escuchase catalán, gallego o euskera en la televisión pública. Debería haber más espacios en la industria musical y mediática, especialmente en la que pagamos entre todos, donde consumir películas, series, música en lenguas oficiales que también son patrimonio del resto de la ciudadanía. Haya nacido donde haya nacido. Salvo en los circuitos más alternativos, la cultura que no se expresa en castellano tiene escasos itinerarios de difusión y de alcance al gran público. Y eso se debe a una construcción cultural de la nación española basada en valores profundamente anquilosados y conservadores. Y que ha acabado por vaciar de la industria cultural los matices de una sociedad diversa o, cuando no, haciendo de ellos una cuestión folclórica.

Hace falta valentía política para mostrar esta realidad y hacer pedagogía con ella. Al fin y al cabo, vivimos en un Estado cuyo gobierno se sustenta gracias al apoyo de grupos parlamentarios vascos, valencianos, catalanes y gallegos. Se pone poco en valor, pero la correlación de fuerzas que hoy tiene mayoría en el Congreso, por más que le pese a la derecha que todavía vive deslumbrada cara el sol, es claramente de talante progresista y radicalmente plurinacional. Cuanto más pronto entendamos que la diversidad es una riqueza y no una amenaza, antes seremos un país del que sentirnos (un poco) más orgullosos y del que menos gente se quiera ir.

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