Otras miradas

Tutto Bach

Máximo Pradera

Cuentan que Pedro J. Ramírez llegó a decir una vez ante un grupo de tertulianos que osaban llevarle la contraria: ¡No se os ocurra discutir conmigo! ¡Tengo tanta razón que me entra taquicardia!

A mí, tener razón también me produce arritmias, sobre todo cuando me la dan en los tribunales, como me ha ocurrido ya con dos de mis difamadores favoritos, Hermann Tertsch y Antonio R. Naranjo. Pero lo que de verdad me destroza los nervios es tener delante un festín musical que me consta que, por muchos años más que viva (y sé, por la cantidad de yogur griego que tomo, que llegaré a centenario), nunca podré llegar a degustar en su totalidad. Me estoy refiriendo a Bach 333, el cofre de 222 CDs que acaban de poner en circulación tres legendarias casas de discos, especializadas en música clásica. Como no juego a la lotería, ni me toca hacer de rey mago en ninguna cabalgata de Reyes, pensé que este año iba a tener unas navidades sosegadas, pero lo cierto es que ahora mismo siento la misma ansiedad que si fuera el primo gordito de Harry Potter y me hubieran dejado encerrado en la pastelería Fortnum & Mason.

Un hombre mira la reconstrucción de la cara del compositor alemán Johann Sebastian Bach (1685-1750), realizado por los expertos de antropología forense de la universidad de Dundee (Escocia, Reino Unido), en marzo de 2008. AFP/Barbara Sax
Un hombre mira la reconstrucción de la cara del compositor alemán Johann Sebastian Bach (1685-1750), realizado por los expertos de antropología forense de la universidad de Dundee (Escocia, Reino Unido), en marzo de 2008. AFP/Barbara Sax

El cofre (¡mi tessshoroooo!) se llama Bach 333 porque hace 333 años que nació el susodicho y el compositor era numerólogo, es decir, concedía un valor místico a determinados números, empezando por el 3, que simboliza la Santísima Trinidad.  Tener el pack entero me costaría casi 500 euros, y aunque sé que me aplacaría los nervios (lo mismo que a un japonés sacarse la ansiada foto ante una Torre Eiffel que no tiene intención de visitar), no voy a aflojar la mosca. En primer lugar, por tacañería. Con el dinero soy peor que Lady Gaga, que tiene una fortuna de 100 millones de dólares, pero recorta cupones descuento de las revistas de cotilleo para utilizarlos en el supermercado. Pero sobre todo, no lo compraría por postureo. Ya dejé claro en mi tratado cala otra vez, Bach (Todo lo que necesitas saber de música clásica para ligar), que el auténtico esnob nunca tiene en casa Tutto Pavarotti o la integral de Mozart, porque eso te puede haber tocado con La Razón, que llegó a sortear bicicletas chinas para vender más periódicos. ¡Nada de integrales! El posturista profesional lo que atesora son versiones diferentes de una misma obra, ya que eso le hace aparecer ante los demás como un gourmet musical, como un degustador de matices,  capaz de distinguir, en una zarabanda, entre la blanca a 36 de Herreweghe o la negra a 43 de Harnoncourt. Es decir, que para que yo me gastara ese dineral en una colección bachiana, tendrían que ofrecerme un cofre con(por ejemplo) mil versiones diferentes del Erbarme Dich de Bach.

Mientras llega ese añorado día, me queda el consuelo de Youtube, donde hay aún grandes momentos bachianos. Ya hablé en estas mismas páginas de Jacques Loussier contando a cámara que de Bach se aprovecha hasta el rabo, como con el cerdo. No hay acorde o línea de bajo en sus pentagramas que no tenga un sentido. Hoy me permito recomendar a Rostropovich, que al presentar la tercera suite para chelo solo del genio de Eisenach, habla del sádico placer que parecía experimentar el compositor al prologar sus pedales en la dominante más allá de lo que cualquier ser humano podría soportar. Se trata de una técnica de Bach para generar tensión que ningún otro genio ha manejado con la maestría con la que él lo hacía. La nota del bajo se mantiene invariable y machacona, mientras las voces superiores van generando disonancias hasta convertir la llegada de la tónica en un alivio tan grande como el que experimentaría un deshidratado beduino al alcanzar por fin el tan añorado oasis.

–Bach me hace sentir a veces –dice Rostropovich– como una pobre mariposa a la que un cruel entomólogo hubiera atravesado viva con su alfiler y pugnase, impotente, por liberarse de su insoportable dolor.

Ya lo sabéis, melómanos de Público. Si en vez de con un solo alfiler,  como al ruso, queréis que os martiricen con 222, regalaos para Reyes el cofre Bach 333.

¡Os aseguro dolooooor, mucho doloooooor!

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