Controlar la energía es tan antiguo como la caza o la recolección de frutos. Es algo tan necesario y primario, que hay quien justifica hasta una guerra por ello. Y no pasa nada. Si hay que robar, se roba.
Sin embargo, el control de la tecnología es mucho más complejo, pues trae una multiplicidad de medios y dispositivos fabricados en diferentes partes del mundo. Incluso la seguridad pasa por un dispositivo que se desplaza con nosotros. Ya no necesitamos ningún collar ni pulsera para estar localizados. A través del móvil nos recuerdan incluso donde hemos estado.
Toda relación pasa por la intermediación de una pantalla. Suele ser compleja por la cantidad de información que nos ofrece, pero de una eficacia abrumadora, de tal manera que toda necesidad es colmada con un leve roce de nuestros dedos sobre una superficie extremadamente sensible.
El presente ya es un individuo asociado a un móvil, dotado con una tecnología que modifica y condiciona nuestros hábitos de comportamiento.
La información que facilita es preciosa. Nuestros hábitos dejan una huella abstracta en el navegador y las aplicaciones del móvil. Luego esos motores de búsqueda -es decir, esa herramienta que conecta nuestra voluntad con los deseos- tratan de encauzar nuestras necesidades por el camino adecuado, gracias a los algoritmos.
En consecuencia es fundamental mantener a los individuos móviles controlados. Por eso Meng Wanzhou, la bendecida hija del fundador de Huawei, fue detenida en Vancouver. La acusan de haber vendido a Irán, a través de una empresa subsidiaria, material de la estadounidense Hewlet Packard. Se trata de unos delitos cometidos hace diez años, cuando las sanciones asfixiaban al país persa. El material estaba valorado en un millón de euros, y nunca se llegó a vender. No parece una causa mayor, aunque los iraníes sean capaces -incluso en un garaje- de crear un gigante tecnológico gracias a Huawei. Eso parece al menos.
En definitiva, es osada la detención de la directora financiera, y probable sucesora de una de las empresas más estupendas del mundo.
Toda guerra comercial pasa por Irán. También es un aviso a la UE, desde donde se pretende burlar el nuevo refrito de sanciones impuestos por el sheriff global. La UE negoció muchos contratos con Irán, después del acuerdo con el gobierno de Obama. Renault, Siemens, Shells, o ENI estaban a la espera de llenar la caja en el país persa.
Rusia y China harán lo propio. En realidad esa oficina tiene un significado más político que práctico, pero la intención es lo que cuenta.
Las claves están en las declaraciones del 13 de febrero del 2018. Los directores de 5 agencias de seguridad estadounidenses, entre las que estaban la NSA, acusaron a Huawei de espiar para China. Responsabilizan a la empresa de pasar información al Gobierno de Pekín.
Desde el 2014 Huawei no opta a ningún contrato público en EEUU. Sus amigos japoneses y algún que otro europeo planean apartar del libre mercado a Huawei.
En esta guerra comercial entre China y los EEUU, Irán es el invitado de honor, aunque parezca el protagonista. Es el bazar común donde depositar nuestras fobias. Si hay alguien o algo no sabe a quién acusar de un asesinato, terminará por encontrar a un mercader iraní con cadenas y anillos de oro.
La teatralización de las responsabilidades no beneficia a los estados intermedios de este ensayo de drama mayor.
Los grandes siempre han utilizado otros Estados para evitar un enfrentamiento directo. Luego se reparten los restos de sus áreas de influencia.
Huawei e Irán son noticia. Tecleen estos dos prodigiosos nombres en el Oráculo de Google...y hasta los de Vox aparecen. ¡Qué cosas, financiados por los Muyahidin Al Halq!. Si no fuera por la violencia, resultaría hasta cómico.
Irán es el destinatario del mal absoluto, el punto cero donde el Armagedón va a estallar. De ahí el asombro de los turistas cuando encuentran seres humanos en las ciudades más interesantes del país.
Es probable que liberen a Wanzhou. Nadie va a prescindir de la fábrica del mundo. Ni de la deuda estadounidense en manos del país asiático.
Permanecerán también esos Estados intermedios, necesarios en esa cosa tan humana como las guerras por delegación.
Comentarios
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